viernes, 16 de junio de 2017

Un debate que se impone y que debe darse

La bajada de la nota que Luciano Sáliche publicó en Infobae el 14 de junio pasado dice: “La Feria de Editores concluyó su 6ª edición superando sus expectativas, con gran concurrencia del público. En paralelo, varios escritores iniciaron un debate en las redes sociales: ¿hay desigualdad en la relación entre editor y autor, aun dentro de las editoriales independientes? Opiniones cruzadas, discusión en marcha”.

Disparos al corazón de la edición independiente:
un debate sobre políticas culturales que faltan

Sábado de junio por la tarde. Hay sol, pero hace frío. A pocas cuadras de Chacarita, sobre la calle Santos Dumont, una cola larga de personas llega hasta la esquina. Se trata de la VI Feria de Editores, que duró todo el fin de semana pasado y agrupó a más de 140 editoriales pequeñas y medianas de Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Perú y Brasil. Pero detrás de esa fachada de abundancia, resistencia y organización hay una evidencia: nadie gana dinero en este rubro, o bien se gana muy poco. Hay una idea de amor al arte fuertemente instalada que hace que lo recaudado alcance apenas para sostener lo invertido, reproduciéndose así las condiciones de precariedad que, muchas veces, confunden la buena fe con la estafa. Sobre este asunto, en las redes sociales circularon algunos cuestionamientos que dieron pie al debate. Más allá de la desigualdad de calibre de las editoriales, ¿hay una desigualdad en la relación entre editor y autor, incluso dentro de las editoriales independientes? ¿Por qué no hay una regulación formal que establezca, como sí la hay en otras ramas del arte, condiciones y derechos para todas las partes?

Tres días antes de que comience la Feria, la primera piedra la lanzó Julián López. “Queridas editoriales independientes, ser independientes no habilita a manejos poco claros y abusivos. No se enojen, las quiero a todas, pero tenemos que hablar”, escribió en su cuenta de Facebook el autor de Una muchacha muy bella. Con esa sutil ironía desató una oleada de comentarios, por ejemplo, el de Claudia Piñeiro –autora de la recién salida Las maldiciones–, que aseguró que “de alguna manera habría que poner en valor que se debe pagar anticipo aunque seas una editorial independiente y se debe liquidar correctamente con periodicidad razonable en un país de alta inflación. ¿Por qué naturalizamos que al autor no se le pague o se le pague último pero a los otros involucrados en la producción de un libro sí? (…) Es como que le pidas a un empleado que espere a cobrar el sueldo porque antes tenés que pagar el alquiler. No me parece que la variable de ajuste sea el autor”. La discusión ya estaba en marcha.

“Creo que el pedido de pago de derechos a las editoriales pequeñas de parte de los autores es una hipocresía”. El que habla es Hernán Vanoli, autor de libros como Cataratas y Pinamar, y co-autor del reciente ¿Qué quiere la clase media? También es editor en Momofuku, editorial que estuvo en la Feria. Como muchos, observó el debate por las redes sociales con paciencia y pasividad. Ahora, en diálogo con Infobae, explica su posición: “Cuando un autor publica un libro tiene derecho a pedir un contrato, a firmarlo, y tiene herramientas para hacerlo cumplir, sea la editorial del tamaño que sea. Cuanto más pequeña es, más desprotegida se encuentra frente a los autores y a los reclamos. Por eso, si un escritor se queja de que una editorial pequeña no le paga, yo le preguntaría primero qué contrato firmó. Si no firmó contrato, ya estamos en el ámbito de la buena fe, y en las microculturas sin retribuciones simbólicas ni materiales de envergadura, como el de la edición mal llamada 'independiente', es obvio que la buena fe va a ser escasa, y que van a primar los abusos. Todos sabemos que Interzona paga mal y ha hecho firmar contratos irrisorios a los autores de Factotum, que la librería de Mansalva no paga las pequeñas editoriales, que la librería del Conti tampoco, etc.”.

“Con China Editora estamos dentro de las editoriales que no cobran a los autores por publicar sus libros. Eso significa que asumimos el riesgo económico de invertir en su obra. El mayor costo es el de la imprenta”, cuenta Caterina Gostiza, que además, con su editorial, forma un conglomerado llamado La Coop: una forma de colectivizar y aunar fuerzas. En diálogo con Infobae, explica los principales gastos y costos del proceso de publicación: “También está el costo de la distribución (20% del precio de venta al público), la librería (40%), el diseñador, el corrector, la prensa. En nuestro caso, salvo la impresión de los libros, hacemos todo nosotros. No tercerizamos nada. En parte porque nos interesa tener ese vínculo con las librerías y los periodistas, y también por una cuestión económica. Entonces, es mucha la inversión y alto el riesgo económico que se corre cuando uno decide incorporar un nuevo título al catálogo. Eso no quiere decir que el autor tenga que hacerse cargo de las decisiones de la editorial. Cuando un editor apuesta por un libro y un autor, es porque ya hizo las cuentas y decide hacer la inversión. Por lo tanto, la editorial se compromete también con el autor”.

Fernando Pérez Morales de la editorial Notanpuán tiene una posición equilibrista, podría decirse. “Es una discusión donde todas las partes tienen razón, los escritores quieren cobrar anticipo y que se les pague en tiempo y forma, los editores independientes en su gran mayoría no pueden pagar anticipos y doy fe que es así, en mi caso también es cierto que trabajo con autores jóvenes y con primeras novelas o primer libro de cuentos y en ese caso la apuesta tiene que ser compartida. El editor se la está jugando por un autor nuevo, desconocido y no es fácil instalar en el mercado a nuevos escritores. Tampoco ayuda que las multinacionales, apenas un nuevo autor de editorial independiente se instala, vengan a llevárselo con sus hermosos anticipos”, le dice a Infobae.

Damián Ríos, editor de Blatt & Ríos, también hizo su aporte en las redes: “No me parece un mal acuerdo recibir libros por regalías, sobre todo en editoriales pequeñas o micro (…) Y, como publicar en una editorial grande o gigantesca no me cambió para nada la vida, más bien al contrario, los libros desaparecieron de las mesas y de las librerías a los pocos meses, prefiero seguir publicando en editoriales chicas que me den libros y que se pongan el libro encima y lo muevan. Respecto de otras décadas, la situación para los autores ha mejorado mucho. Pregunten a cualquier escritor que haya publicado en los ochenta, por ejemplo, o en cualquier otra (…) Se trata de hacer un acuerdo de entrada. Si podés escribir un buen cuento o un buen poema, podés discutir un acuerdo verbal o escrito, y hacerlo cumplir. Si te estafan, vas a otra editorial o hacés otra cosa. Ahora, si el autor está desesperado por editar, claro, hay gente que se aprovecha. Yo creo que falta profesionalización de parte de las editoriales y también de parte de los autores (…) No se trata de buena voluntad: preguntás cuántos libros van a hacer, en cuántas librerías van a distribuir, cómo van a hacer con las regalías, si va a tener prensa; esos son los aspectos básicos de cualquier acuerdo. Lo que pasa es que es más lindo hablar de la tapa y de los lindos textos que de estas cosas. Pero hay que acordarse de que en una edición el texto más importante es el contrato.”

Repensar la desigualdad en todas sus formas
Quizás pocos usuarios sepan que, además de las fotos de gatitos, flyers de optimismo vacío y largos textos enojados en mayúsculas, Facebook también sirve para debatir. ¿Utilizar las redes sociales para generar una discusión que haga posible transformar la realidad? Así parece. “Si abres el paraguas y hablas derechamente de industria editorial, el 95% de los escritores estamos desprotegidos, porque en el mejor de los casos te sientas a negociar con una trasnacional que, claro, te paga, pero al mismo tiempo ante cualquier diferencia tiene abogados, contadores, un equipo de prensa que ningún escritor tiene. Pero no sólo eso en la industria, en el gran mercado eres un número más”, le espetó el escritor chileno Gonzalo León a López.

Selva Almada también fue tajante con su posición e insistió con la necesidad de debatir el asunto. “Me llamó la atención –escribió la autora de El viento que arrasa, Ladrilleros, Chicas muertas y El desapego es una manera de querernos debajo del post de López– cómo en los comentarios parecía que nadie sabía de qué hablabas cuando todos los que estamos cerca de la escritura y su circulación sabemos perfectamente de qué hay que hablar: de cómo bajo el aura de lo independiente no se firman contratos o se firman contratos leoninos que el autor no puede discutir; de cómo la mayoría de las editoriales independientes no pagan regalías a sus autores; de cómo los autores no saben cuántos de sus libros se venden ni dónde están distribuidos ni cuántos se mandan a prensa o se regalan o lo que sea… de cómo da la impresión de que los autores deberíamos estar agradecidos de que alguien nos edite y callarnos la boca porque con eso alcanza. Etcétera.”

Ese posteo y todo el submundo de comentarios que allí se originó fue apenas un comienzo. Gabriela Cabezón Cámara marcó su posición con un texto publicado en su página de Facebook: “Amamos a las editoriales medianas y pequeñas, yo no tengo ni una queja de la mediana con la que trabajé todos estos años, hablo de Eterna Cadencia, y soy fan de muchas pequeñas y micro editoriales. Pero chicos, ¿por qué piensan que pueden pagarle al imprentero y al autor no? Pregunto posta, sin ánimos de pelear sino de pensar un poco (…) No tiene por qué ser tabú, ¿verdad?, podemos hablar de todo. Y ver qué hacemos como colectivo. Hay tremenda crisis, es difícil para todos. Pongámonos de acuerdo y salgamos a pelearla.”

Por otro lado, los números de la economía literaria no cierran: se produjo una caída de la demanda privada de libros en un 12%. Este dato, otorgado por un estudio reciente de la Cámara Argentina del Libro, forma parte del interrogante que dejan abierto estos otros: las grandes editoriales representan apenas el 10%, sin embargo durante 2016 publicaron el 56% de los títulos. Esto habla, no sólo de una diferencia de producción que es necesario que todo el sector se ponga a repensar, también una situación desfavorable para los editores y autores de pocas tiradas.

Cómo nos relacionamos comercialmente
Las paradojas de nuestra época son varias. Entre ellas, la súper producción de un sector desigual. La Feria de Editores forma parte de una respuesta a este escenario complicado. ¿Cómo organizar todas estas ganas y voluntades sin que el Estado se ponga al frente de los reclamos y establezca políticas públicas? ¿Hay posibilidades de generar un sindicato de escritores y editores capaz de defender los derechos de los autores? “Debería existir un organismo serio que medie (pagos, diferencias, etc.) entre el autor y el editor. Simple. Si tenés una duda como autor, te acercás al lugar donde oficie el organismo y hacés todas las preguntas necesarias y, en caso de problemas, que tengan equipo legal a disposición. La posición del autor es débil aún frente a la editorial más pequeña del mundo”, comentó Luis Mey, autor de La pregunta de mi madre.

“Estoy de acuerdo en que es una discusión que hay que darla si o si. Una editorial independiente necesita unos 50 títulos para empezar a girar y lograr un punto de equilibrio; mientras tanto es ponerla y ponerla. Hoy la nueva literatura la encontrás en un 90% en las editoriales independientes y eso se debería valorar”, dice Pérez Morales; mientras que Gostisa comenta: “Es cierto que muchas editoriales pequeñas y medianas no pagan adelanto, no llevan las cuentas de cuántos libros venden, en dónde están sus libros, cuántos ejemplares fueron destinados a prensa, no pagan regalías, etc. Y por ser tan desorganizados no pueden brindarle esos datos al autor. Pero es al autor al que más hay que cuidar en este proceso. Si no valoramos su trabajo, si no le pagamos lo que le corresponde, ni le damos el detalle de dónde están sus libros, cómo se están vendiendo, no solo perdemos su confianza, y es muy probable que nunca más quiera publicar en nuestro sello, sino que además bajamos la calidad de nuestra editorial”.

¿Cuál es entonces el rol del editor en este sentido? Para Vanoli, que insiste en dejar de lado los planteos abstractos, “sí deberían existir mecanismos para que, si no pagan, tengan que suspender la venta de los libros cuyo contrato firmaron, eso me parece básico. También tendría que haber mecanismos de auditoría para las distribuidoras y para las librerías. También debería haber un gobierno con políticas culturales serias. Todo eso no existe. Por eso empezar haciendo hincapié en las miserias de los miserables me parece una forma conventillera e hipócrita de iniciar un debate. Y si además no se dan nombres, una forma cobarde y oportunista.”

En las redes sociales siguió la ebullición. Posteos, comentarios, declamaciones, respuestas, ironías. ¿Va hacia algún lado esta discusión? Julián López continuó asegurando que “tenemos que hablar del lugar de los autores, de la producción de escritura, de la circulación y de los modos (…) Pertenezco a la escena independiente con pasión y con conflicto, atravesado de preguntas, de inconsistencias, de todo lo que en general compartimos. Que el debate se abra, se haga costumbre y que nos fortalezca más allá de lo personal y en buenos términos”.

Es necesario que así sea. ¿Para qué serviría (justamente) la literatura si no es para pensar y debatir los modos, incluso los comerciales, en que nos relacionamos?









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