martes, 7 de febrero de 2017

"¿Por qué a un tipo en Francia o en Italia o en Portugal o en Brasil se interesa por una historia muy pequeñita escrita por una autora muy poco conocida en el cono sur?"

“¿Cómo se construye un libro de no ficción? ¿Que ocurre entre el cronista y el protagonista después de publicado? ¿Cómo van mutando los epicentros de traducción, validación y prestigio para los autores latinoamericanos?”. Todas estas cosas se responden en la charla mantenida por la cronista Leila Guerriero y la narradora Mariana Enriquez, con motivo de la presentación de la traducción al inglés de una obra de la primera. Los fragmentos de ese diálogo que se reproducen a continuación proceden  de la entrada del 16 de enero pasado del blog de Eterna Cadencia, librería y editorial donde tuvo lugar el acto.

"Una vez que el libro se traduce,
tiene que nacer en otra lengua"

Leila Guerriero y Mariana Enríquez nos visitaron para conversar en vivo sobre el arte de traducir a los efectos de la no ficción. El encuentro estuvo organizado por la editorial estadounidense New Directions para presentar la versión en inglés de Una historia sencilla, de Guerriero. Contó con la presencia de la traductora y de los editores, quienes emprenderían junto a la periodista argentina, horas más tarde, un viaje hacia Laborde, lugar en el que se realizó la crónica sobre el festival de malambo que encontramos en ese volumen, publicado originalmente por Anagrama.

Mariana Enríquez: Asumo que todos los que estamos acá sabemos más o menos de qué se trata el libro, pero para hacerlo sencillo: es acerca del Festival de Malambo de Laborde. Y, dentro del Festival, es acerca de la historia de Rodolfo, que es el bailarín que la fascinó a Leila y a quien, de alguna manera, siguió. Pero así como ustedes jamás habían ido al festival, ni probablemente habían escuchado sobre el malambo, creo que vos tampoco, ¿no?
Leila Guerriero: Bueno, del malambo sabía lo que sabemos todos: que es un baile que por lo general le hacen bailar a los chicos más gorditos del colegio en el acto, o si no la cosa de las boleadoras y los puñales, más for export. Un baile que para mí era demasiado rústico, demasiado estereotipado. No me interesaba en absoluto.

Mariana Enríquez: ¿Y cómo te enteraste de que existía Laborde?
Leila Guerriero: Lo cuenta un poco el libro: de la historia me enteré por una nota que salió en La Nación en el año 2008, la firmó un colega que se llama Gabriel Plaza. Me llamó la atención por el título, porque decía "Los atletas del malambo se preparan para competir", y las palabras "malambo" con "atletas" y "competir" me parecía que no tenían un cuerno que ver entre sí. Leí la nota. El texto decía que en este pequeño pueblo ―que quedaba a 500 kilómetros de acá y del cual yo jamás había oído hablar― transcurría este festival, el festival de malambo más prestigioso del país. Ya eso me llamó la atención: cómo algo tan grande podía estar pasando a 500 kilómetros de mi casa y yo ni enterada. Después mencionaba otras cosas, como que los chicos para prepararse gastaban inmensas cantidades de dinero que no tenían, porque casi todos eran muy humildes, para tratar de ganar este festival, cuyo título te coronaba siendo campeón. La palabra "campeón" me llamó la atención, porque no hay un "campeón nacional de novela negra", "campeón de poesía", un "campeón nacional de ballet"; las disciplinas artísticas no se premian con ese título, en general. Y otra cosa que mencionaba la nota era que, una vez ganado el festival, los campeones no se podían volver a presentar en ninguna otra competencia oficial. O sea que era como ganarte el Premio Cervantes y no poder volver a escribir una línea. Todo eso me llamó la atención, y fui en realidad con la idea de escribir una crónica. Fui sin hablar con ningún editor, porque era muy difícil intentar explicarle a un editor lo que yo pensaba que había de atractivo en esto. Y ahí vi una noche, sobre el escenario, a un tipo del que nadie me había hablado, que no era favorito para ganar el campeonato, que medía un metro cincuenta ―era muy bajito para la estatura de los bailarines―, y me deslumbré. Para mí, fue como un flechazo. No un flechazo erótico, pero sí de pasión: lo vi a él y creo que en ese instante vi la historia y me di cuenta que la historia no era el festival, era este tipo. Lo vi bailar y me volví loca. Yo no sabía nada de malambo en ese momento, o sea que había como una intuición. Y algo de suerte también, ¿no?

Mariana Enríquez: Sí, sobre todo, porque podría haber sido el año anterior, por ejemplo.
Leila Guerriero: Sí, o al año siguiente, y me perdía la historia.

Mariana Enríquez: ¿Seguís en contacto con Rodolfo?
Leila Guerriero: Sigo en contacto con él, sí.

Mariana Enríquez: ¿Cómo se establece esa relación? Digo, después del flechazo, después del libro, de que él tenga el libro, ¿son amigos? ¿Cómo es esa relación que se establece con un personaje que es el protagonista de un libro de no ficción?
Leila Guerriero: No soy su amiga, pero sí hay una corriente de afecto muy muy fuerte. Yo, por lo general, cuando termino de escribir me alejo de la gente sobre la que escribí. No quedo en contacto. Me ha pasado muy poco. (...) Con Rodolfo sí seguimos en contacto. Me importa el destino de Rodolfo. Cuando se publicó el libro, la editorial Anagrama me envió unos veinte, veinticinco ejemplares a mi casa, porque yo quería darle unos cuantos ejemplares a él. Esto fue en agosto de 2013, cuando se publicó. Y lo llamé y le dije: “Tengo los libros en casa, yo me voy de viaje, voy a estar afuera como dos meses, cuando quieras te los mando con un mensajero”. Y Rodolfo me dijo: "No, de ninguna manera. Esos libros me los tenés que dar vos. Vos escribiste sobre mi vida y yo quiero que me des los libros vos a mí". Yo le pregunté si iba a aguantar dos meses habiendo un libro sobre su vida, sin leerlo, y dijo que sí. Entonces dos meses después vino a casa, con su mujer, y se llevó los libros. Yo, por supuesto, me quedé temblando, porque en el libro hay por ejemplo momentos en los que la voz narradora se pregunta, al escucharlo por la radio, por las frases hechas con las que habla, los lugares comunes, le da mucha rabia. Y todo eso está en el libro, y se dice. O en un momento él me dice que había venido una gran tormenta y que se había llevado las carpas del camping de Laborde, "pero por suerte mi familia lo pasó bien". Era muy fellinesco todo, no tenían plata para pagar el hotel y tampoco tenían para pagar todos los predios del camping como para alojar a toda la familia, entonces habían alquilado un colectivo de larga distancia y lo habían estacionado al costado de la ruta. Y ahí vivieron todo el festival de Laborde en el que Rodolfo peleaba por ser campeón. Eran como catorce, todos ahí adentro, con la precariedad que todos sabemos puede tener vivir en un colectivo. Y cuando me dice "por suerte mi familia está bien porque estaban bastante cómodos, no les pasó nada", en el libro digo que por dentro me pregunto qué comodidad pueden tener en un autobús, no hay ninguna posibilidad de que eso suceda. En el libro Rodolfo se iba a enterar de todas las cosas que yo pensaba de él, no necesariamente malas, pero sí un poquito insolentes. Y era una mirada medio rara. Entonces cuando se llevó el libro yo pensé: bueno, ahora me va a odiar toda su vida. Ese mismo día, a las tres de la mañana, Rodolfo me puso un mensaje de texto que empezaba con la última frase del libro, "yo no lo vi llorar, pero lloraba", y después me agradeció. Y al otro día me puso un mensaje que decía: “Lo leí cuatro veces, no lo puedo creer”. Así que bueno, yo ahí me quedé muy emocionada y contenta, diría, porque por una vez un libro que contaba una historia buena, o sencilla y feliz, tenía también feliz a su protagonista. Podría haber sido muy infeliz Rodolfo con un libro así, era una mirada bastante cruda, aunque buena, pero no buenista sobre su vida. Yo sé que el campeonato le cambió la vida; él dice que el libro también, yo insisto en que me parece que no, que el libro no le cambió en nada la vida, que lo que le cambió la vida fue el esfuerzo que hizo y el campeonato que ganó.

Mariana Enríquez: Son seis minutos de baile, ¿no?
Leila Guerriero: Tienen que bailar un poquito más de cuatro pero no más de cinco.

Mariana Enríquez: Y toda tu vida preparándote para eso.
Leila Guerriero: Sí. Yo la idea que tenía era un poco obvia, pero bueno: sentía que eran como las libélulas o las mariposas que se acercan tanto a la luz, fascinadas, que se terminan quemando. Esta cosa del Síndrome Icaro. A mí me asombraba mucho verlo caminar tan decidido y contento hacia su propia aniquilación. Cuando lo veía bailar a Rodolfo veía a un gladiador salir, nunca vi a un tipo tan solo. Tengo otra imagen de soledad y es una imagen espantosa, la de mi vieja entrando a la sala de operaciones, sentir que ella era la que tenía que poner el cuerpo. Y con Rodolfo sentí lo mismo: él es el que tiene que ir ahí a poner el cuerpo, a salvarse o morir. Es un paralelismo un poco exagerado, pero Rodolfo se estaba jugando la vida también. No podía pagar él otro año más de entrenamiento. Había algo muy límite ahí.

Mariana Enríquez: Uno de mis libros favoritos es Utz, de Bruce Chatwin, que transcurre en Praga, que no es una ciudad que me interese particularmente, sobre un hombre que colecciona cerámica. Es un libro bellísimo, breve, sobre este tipo. Y cuando terminé de leerlo no es que me fui a Praga a buscar cerámicas, pero el libro me sigue pareciendo una maravilla porque creo que lo que está contando no es la cerámica, no es Praga, es otra cosa. Es el amor por los objetos, cómo los objetos nos sobreviven, cómo la historia marca nuestras vidas... Hay algo de esas historias que resultan tan ajenas ―y estoy pensando en el malambo, en Laborde, y en el idioma inglés― y es que cuando vos lo contás es fascinante. Decías que no se lo habías podido explicar a un editor en castellano, bueno ¿qué pensás que le puede fascinar tanto de esto a un editor en otra lengua?
Leila Guerriero: Aquí está Barbara, mi traductora al italiano del primer libro, Los suicidas del fin del mundo, que creo que fue la primera traducción de un libro mío; siempre me llama la atención eso, ¿por qué? ¿Por qué a un tipo en Francia o en Italia o en Portugal o en Brasil se interesa por una historia muy pequeñita escrita por una autora muy poco conocida en el cono sur? E historias en este caso híper locales.

Mariana Enríquez: Y "poco latinoamericanas".
Leila Guerriero: Muy poco latinoamericanas, porque en realidad lo que "vende" de lo latinoamericano está más bien relacionado con la violencia, el conflicto, la frontera, el narco. Es lo exótico, pero mirado desde ese punto de vista, cuando coincide con el estereotipo con el que Latinoamérica es comprada desde afuera. Por un lado, si miro un poco el recorrido las editoriales que me han traducido siempre han sido independientes, un poquito más sofisticadas, con otro fondo editorial. Pero lo que yo creo que hay ahí es aquello de "pinta tu aldea y pintarás el mundo", esa frase tan hecha, pero creo que funciona así. A mí me parece que Una historia sencilla es como la historia de Billy Elliot, pero en La Pampa. Es un tipo pobre que quiere ser artista y quiere ganarse la vida con esto, en este caso es bailarín pero daría lo mismo que quisiera ser escritor, poeta, escultor, pintor. Y quiere vivir de eso, no quiere ser un cajero de supermercado o trabajar en McDonald’s y tener una vida espantosa y ser poeta o bailarín en sus ratos libres. Quiere vivir de eso, quiere vivir entregado a eso. Yo no he viajado tanto pero he viajado un poco y creo que en todo el mundo pasa eso, en todas las grandes o pequeñas ciudades hay una persona que tiene una ilusión, un sueño de entregarse a algo que va más allá de sus posibilidades materiales. (...) Entonces me parece que hay una empatía en este libro en particular con esa especie de cosa que es muy universal, que yo creo que es la tragedia de no poder vivir en tu vocación. Y este tipo estuvo dispuesto a hacer cualquier cosa para alcanzar su sueño. Tenía un sueño que excedía por completo aquello para lo cual su clase social lo predestinaba, muy injustamente, de alguna forma. Creo que esa historia atraviesa cualquier país. Y me parece que lo que hay acá es eso, no es exotismo.

Mariana Enríquez: Hay algo en la traducción que el autor no puede controlar. No puede controlar de ninguna manera, porque es otra lengua, hay cosas que se tienen que decir de otra manera, pero hay cosas que sí se pueden controlar y lo que el autor más puede controlar es un tono, es una música. Hay una traducción anterior a esta en inglés que sé que no te gustó, ¿por qué?
Leila Guerriero: Yo tengo la sensación de mucho desapego, una vez que el libro se traduce siento que la criatura tiene que nacer en otra lengua. Y por más que yo puedo leer en portugués, en inglés y un poquito en francés, leo muy rápido en español y en estas lenguas leo muy despacio y hay una cosa que me molesta, entonces me cuesta reconocerme cuando me leo. Si decido permitir que se traduzca hay algo de ese control obsesivo que se tiene con el lenguaje ―yo por lo menos soy bastante obsesiva y controladora cuando escribo en español― a lo que uno sabe que va a tener que renunciar, pero cuando leés algunas traducciones notás que hay algo del orden del ritmo, del tono, de la atmósfera, de lo que vos querés transmitir, no solo con esas palabras sino con cómo esas palabras suenan ―con el fraseo, con la respiración de un texto, con eso que está por detrás, y que termina siendo como el estilo―. Creo que Frances Riddle hizo un trabajo divino con la traducción, cuando la leo es como si alguien me hubiera comido la voz y la hubiera hecho suya. En general intento tener una voz muy asertiva, muy cortante, muy tajante, muy tozuda. Esto no tiene que ver con que las frases sean cortas o largas, sino con una voz. Mi intención es ser completamente taxativa, no son libros blandos. A mí me gusta cierta dureza. La otra traducción al inglés está repleta de una cosa a la que yo soy directamente alérgica, que son los puntos suspensivos. Leés el libro y es como un gran punto suspensivo. Cuando vi esto lo comenté con el traductor, y me dijo que los puntos suspensivos en inglés tienen otro significado. A mí el punto suspensivo me parece que ablanda la narración. Yo lo uso, por supuesto, si tengo que transcribir el diálogo entre dos personas y en ese dialogo los hay. Pero para usarlo yo con mi voz, yo jamás usaría puntos suspensivos. Entonces me parecía que eso, entre otras tantas cosas, le daba al libro una suerte de tono dubitativo que estaba como en las antípodas de lo que a mí me parecía que era mi voz; por supuesto que puedo estar completamente equivocada. Pero ni aun así lo viví como una cosa traumática. Una vez que el libro se fue al traductor, la criatura tiene que nacer en otro idioma, en otra atmósfera, y es una atmósfera que yo no controlo del todo. (...) Una vez un traductor me preguntó acerca de unas botas que aparecen en el libro: las botas tienen una cosa que se llama freno, y el traductor me preguntó si era como el freno de los autos o el de los patines, y a mí me dio un poco de pánico ese traductor. ¿A vos no te había pasado algo con una Santa Rita?

Mariana Enríquez: A mí me pasó, sí; era un traductor creo que sueco, me llama por teléfono para preguntarme cosas. La Santa Rita es una planta, pero resulta que allá no hay, en Suecia. Cuando empezó a traducir pensó que se trataba de una santa, y en la primera versión era una cosa de yeso que había en la pared, y después se dio cuenta de que había por muchas partes. Entonces habrá dicho: “¡No puede ser, o esta gente está obsesionada con la santa!”, y ahí me llamó. Cosas así pasan. Lo que es cierto es que nosotros leemos casi un 70, 80% de traducciones, y las traducciones que leemos tienen en general un sesgo muy fuerte del español que se habla en España. Y, cuando son libros muy urbanos, en general, el español que se habla en Madrid. En Argentina es algo sobre lo que vivimos rezongando, yo creo porque en un momento se tradujo mucho en Argentina con traductores nuestros y eso se dejó de hacer, entonces creo que hay un poco de ese malestar. Ahora estas obligado de alguna manera a leer algo que no reconoces como propio, pero hace unos días estaba leyendo un libro de Marcelo Cohen que se llama Música prosaica, que son cuatro ensayitos sobre traducción muy buenos, se los recomiendo, y hay uno en el que cuenta que él vivía en Barcelona y estaba peleando por cosas por el estilo y después se dio cuenta de que si vos tuvieses que traducir en el castellano que se habla en México, en el castellano que se habla en Colombia, el que se habla en Venezuela, el que se habla en Uruguay, el que se habla en Chile, el que se habla en Argentina, sería totalmente imposible económicamente. Y que la ilusión de un castellano neutro también es imposible. Esto lo traigo a propósito de las dificultades de obsesionarse, porque finalmente una traducción también tiene que ver con una cuestión de mercado. Y cuando uno se pregunta qué es lo que a otro le puede atraer tanto de una historia como esta o en general de cualquier libro que se haya escrito aquí y que no sea lo "predecible" que se espera de nuestros escritores, tengo la sensación últimamente de que en general lo que se busca más es una historia honesta y menos estereotipada. Por lo menos, algunos editores están buscando a lo mejor historias que sean más reales. Todo este rodeo para preguntarte: hay algo que pasa en general cuando a uno lo traducen al inglés, tipo papá, llegué, y que primero es muy gratificante y después empieza a ser un poco incómodo, un poco colonial. Acaban de traducir un librito de cuentos mío, y en muchas de las reseñas dicen "el debut de Mariana Enríquez". Yo no soy Milan Kundera, no tengo 80 libros buenísimos, pero no es el primero este. Pero es el primero en inglés. Hay algo de publicar un libro en inglés que es como una especie de Santo Grial, ¿a vos te pasa eso, sentís eso?
Leila Guerriero: Evidentemente, publicar en inglés produce esta sensación en mucha gente. Hay como una especie de validación, y sobre todo al inglés en EE.UU., que es un país que traduce muy poco, un 3% de lo que se publica es traducido de otras lenguas. Entonces, digamos, hay esta idea en el imaginario. La forma en que un autor recibe esas cosas es personalísima. Hay gente que se deprime cuando gana un premio, porque lo siente como final de camino. Pasan esas cosas. Con las traducciones creo que sí hay como un idea de que ser traducido al inglés es un poco lo que te abre esta cosa del mercado y la obra de uno, que no tienen mucho que ver. Al ser el inglés casi un esperanto, al permitir que otros editores en otras lenguas, en alemán, en sueco, puedan leer tu libro, también hace que tu libro pueda ser potencialmente traducido a otras lenguas. Yo, la verdad, vivo un poco desentendida de eso porque soy una autora chiquita, pequeña, entonces no estoy pensando en esas cosas. A mí más que el idioma me produce, en este caso, orgullo o placer estar en una editorial como New Directions, por ejemplo, o ser traducida por Christian Bourgois el año que viene en Francia, que son editoriales cuyo fondo me interesa. Qué se yo, estás en el catálogo al lado de Anne Carson, una poeta que me encanta. Pero Anne Carson no se entera de esto, ella dirá “¡Uy, mirá, pusieron a una persona con mucho pelo!” Ser traducido al inglés y en EE.UU. te pone en un lugar de prestigio, podemos decir, estar en una editorial buena allá, pero me parece que también hay mucha fantasía con eso. Bueno, vos publicaste un cuento en el New Yorker, que es una revista donde todo el mundo quiere estar, y te va a publicar Penguin; digo, es algo muy bueno, pero esto es algo que sabemos los escritores: no es que pasan estas cosas y uno se transforma en millonario o en superventas al otro día. Yo tengo expectativas tranquilas con esas cosas, tengo una especie de serenidad. Está muy bien que el libro salga a encontrar otros lectores, tengo una mezcla de incredulidad a la vez. En su momento creo que llegar a publicar en España era como el lugar de validación para un escritor latinoamericano.

Mariana Enríquez: Sí, porque te abría Latinoamérica, en general. Desde ahí sos distribuido, es raro; pero son problemas de las editoriales, no nuestros.
Leila Guerriero: Sí, pero también yo conozco muchísimos amigos escritores y periodistas latinoamericanos que prefieren publicar en 60 editoriales pequeñas en todos estos países de Latinoamérica para tener buena distribución, y tener una editorial en España. Bueno, creo que esas cosas van cambiando. Los circuitos de validación y de prestigio cambian, y a lo mejor mañana va a ser prestigioso que te publiquen en la China.



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