miércoles, 23 de diciembre de 2015

"Interpretaciones cuyo mimetismo depende de la pátina con que las cubrimos, de los signos que no leemos, de las cosas que pretendemos saber y en realidad ignoramos"

Adriano Celentano y su característica fineza
Como se leerá a continuación, la mente de Guillermo Piro nunca descansa. Así lo demuestra la columna que publicó en el diario Perfil del 20 de diciembre pasado. En ella habla del súbito descubrimiento de algo que siempre estuvo ahí sin que lo hayamos advertido. También sucede cuando uno traduce.

Una oda a Onán

Hace siete años que tengo un jean DPSR –las siglas provienen de Denim People’s Republic–. Es una marca de jeans coreana, los –a mi juicio, lo que es siempre un poco improbable– mejores jeans del mundo. Tengo ese jean desde hace siete años. No hace siete días o siete meses: siete años; y recién ayer descubrí la existencia de un pequeño bolsillo que me había pasado desapercibido. Cuando en 1800 Levy Strauss inventó el jean no existian aún los relojes pulsera, todos eran de bolsillo. Ese pequeño bolsillo fue pensado para llevar el reloj de bolsillo, colgando de la respectiva cadena o leontina. El jean del que hablo a simple vista carece de ese pequeño bolsillo, pero lo tiene, desplazado, en posición vertical. Cuento esto porque ayer también descubrí otra cosa que me pasó desapercibida no siete años, sino casi cuarenta.

En 1968 Adriano Celentano grabó una canción escrita por Luciano Beretta y Miki Del Prete. La canción se titula Una carezza in un pugno, y acabo de darme cuenta de que se trata de una oda a la masturbación. Quien habla en la canción lo hace a una muchacha que ya no está con él. Esté donde ella esté, sigue siendo suya, asegura, y cuando llega la medianoche él aferra la almohada entre los brazos y busca su cara, “que aparecerá espléndida en la sombra”. Para él equivale a tocar una estrella con la mano. Pero hay un problema. Si en ese momento ella está pensando en otro hombre, su mano, donde ella hasta hace un instante brillaba, se convierte en un puño cerrado. La solución que encuentra quien habla es la siguiente: si ella verdaderamente lo quiere aún, él le sugiere que entre las 12 y las 12.30 de la noche piense en él, para que de ese modo del puño cerrado nazca una caricia.

Las analogías son tan obvias que voy a prescindir de las interpretaciones. Aquello de lo que la canción habla es evidente, pero ése no es el asunto. Me pregunto ahora cuántas cosas que doy por sabidas y aprendidas y comprendidas no siguen ocultando secretos, bolsillos ocultos, interpretaciones cuyo mimetismo depende de la pátina con que las cubrimos, de los signos que no leemos, de las cosas que pretendemos saber y en realidad ignoramos. ¿No será eso ahora que lo pienso? Es por eso que releemos libros y le asignamos al crecimiento –en un sentido amplio e impreciso– cualquier nueva interpretación que nos había pasado desapercibida. El libro –el jean, la canción de Celentano– está ahí y siempre es igual a sí mismo. No sé de qué depende, pero el tema consiste en mirar, en un sentido amplio, lo que tenemos delante, sin esperar encontrar nada más que aquello que lo que tenemos delante nos muestra.

O a lo mejor está bien que todo ocurra así, y lo que queda es aceptar que el arte consiste en la iluminación en cuotas, en mostrar y diferir a intervalos, en demostrar que quien se obsesiona y mantiene la obsesión al final termina viendo con claridad

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