lunes, 4 de mayo de 2015

"Una especie de organismo diplomático que mantiene la unidad del español": sí, las pelotas...

Los académicos se retiran luego de deliberar. Nótese la visible "marca España"
El cándido retrato de la periodista Marina Artusa, aparecido en la revista Ñ del 25 de abril, interesa por varias razones. En primer lugar, están casi todos los malos de la película: Darío Villanueva, que le pone garra, sin convencer a nadie, Juan Luis Cebrián, que nunca queda en claro de qué la juega, y el plagiario con cara de pie plano Arturo Pérez Reverte, que ahora escribe sobre sus colegas pasados, presentes y futuros y se sigue paseando por las ferias del libro del mundo entero, como si a alguien le interesara su presencia. Luego, se describen las cada vez más inútiles actividades de la RAE para unificar, siempre desde España, criterios tan risibles como racistas. Borges tiene razón: el diccionario que estos tipos producen es un cementerio de palabras. De su voluntad imperial ya hemos hablado y suena a chiste.

Los guardianes de las palabras

"Papeletas”, dice el director de la Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva, y eso significa que es el turno de debatir qué vocablos incorporar al diccionario y cuáles jubilar.

Selfie es la palabra que hoy nos desvela. Esa que Ellen DeGeneres, Meryl Streep, Julia Roberts, Kevin Spacey, Brad Pitt y Angelina Jolie se sacaron en la ceremonia de los Oscars 2014 y se convirtió en la más famosa del mundo. La misma que ya se prohibió en el Museo del Louvre por temor a que los bastones que se utilizan para el click dañen alguna obra de arte.

Pues entonces, que pase selfie al frente.

Juan Luis Cebrián, uno de los cuarenta y seis miembros de la Real Academia celosamente elegidos por postulaciones y votaciones secretas cuando la muerte de un académico deja su sillón vacante, destaca que selfie fue nominada como palabra internacional del año en 2013 por el  Diccionario de Oxford y por la Fundación del Español Urgente (Fundéu) en 2014. Subraya que selfie no es una autofoto y postula una definición: “Fotografía que uno toma de sí mismo, con frecuencia para compartir en las redes sociales.” Se debatirá sobre su género –¿la selfie o el selfie?–, su adjetivación –¿selfático o selfítico?–. Y se resolverá que, de ahora en más, selfie es un vocablo nuestro.

Tal procedimiento es lo que esta casa donde reinan las palabras viene haciendo desde 1713, cuando el marqués de Villena convocó a su palacio en la Plaza de las Descalzas de Madrid a ocho ilustrados para elaborar un diccionario del español. Si Francia e Italia velaban por la integridad de sus lenguas, ¿por qué no copiar la idea en España? El rey Felipe V, impulsor de la Biblioteca Nacional, estuvo de acuerdo y el primer diccionario nacido de la RAE vio la luz en 1726. Fue el  Diccionario de Autoridades , así llamado porque las definiciones de las palabras citaban ejemplos extraídos de las obras de grandes escritores. Entre ese año y 1739 se publicaron seis tomos. A partir de 1780 se empezó a editar en uno solo.

Desde hace unas semanas, la RAE ha cobrado una inusual popularidad cuando uno de sus académicos, Arturo Pérez-Reverte, la eligió como escenografía de su última novela, Hombres buenos. Allí, don Arturo, miembro de la RAE desde 2003, reúne a académicos reales y de ficción, actuales y de siglos pasados, en torno al libro más polémico de la Ilustración: la  Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers. Tan prohibidos como deseados, los veintiocho tomos de la Encyclopédie  de Diderot y D’Alambert que cambiaron el mundo llegaron a España en el siglo XVIII. Pérez-Reverte dice que los descubrió por casualidad en la Biblioteca Académica de la RAE y que el azar fue la excusa para imaginar la travesía de dos académicos españoles consagrados a la noble misión de hacer llegar esos ejemplares desde París.

Los verdaderos miembros, los que en el siglo XXI se ocupan de que la RAE siga cumpliendo el lema de “limpia, fija y da esplendor” a la lengua, hoy no están en el salón de plenos –la sala donde se discuten las “papeletas”– como cada jueves a las 19:30. No están sentados en óvalo en sillones con letras mayúsculas y minúsculas grabadas en el respaldo, sino en una sesión extraordinaria y abierta al público en Argamasilla de Alba, el probable lugar de La Mancha de cuyo nombre Cervantes no quería acordarse. La RAE se reunió allí el 26 de marzo –por segunda vez fuera de su sede en el barrio de Los Jerónimos, en diagonal al Museo de El Prado– para homenajear a Cervantes por los 400 años de la segunda parte del Quijote.

Rosa Arbolí es la directora de la biblioteca de la Real Academia Española, donde 250 mil volúmenes se conservan, a una temperatura de 18,6 grados, en estantes de madera cerrados por un entretejido que les permite respirar. “Es una biblioteca pública forjada a partir de las necesidades de sus miembros. Los libros se ubican físicamente según van llegando a nuestra biblioteca cuyo catálogo está online (www.rae.es) –la RAE tiene un promedio de ocho millones de usuarios diarios en su sitio web–. Contamos con el manuscrito del Libro del buen amor , manuscritos de Lope de Vega, la primera edición del Quijote. No todos los ejemplares valiosos están a la vista. Por ejemplo las Etimologías de San Isidoro, del siglo XVI, valuadas en ocho millones de euros, están en la caja fuerte.” “La Academia no es la policía del lenguaje sino que recoge qué palabras usa la gente –dice Pérez-Reverte–. Digamos que es una especie de organismo diplomático que mantiene la unidad del español. Esa labor de fraternidad que nos hace seguir teniendo una lengua común la logra la Real Academia Española.” La RAE se apoya en numerosas instituciones, entre ellas, la Fundación del Español Urgente: “La Fundéu no fija normas. Es la urgencia, que la lleva en el nombre, su principal característica y desde ese principio de inmediatez, responde a las dudas y se adelanta, incluso, a los problemas lingüísticos que la actualidad informativa pueda generar”, aclara Joaquín Muller, director general de Fundéu.

María Sánchez Paraíso, la filóloga que acompaña las visitas de los lunes por la mañana, cuenta que en el salón de los percheros del siglo XIX, cada académico tiene su lugar según el orden en el que fue incorporado a la RAE. Muestra las bibliotecas donadas por Dámaso Alonso, ex director y académico, y por Antonio Rodríguez Moñino, bibliotecario y bibliófilo, y se detiene en la Biblioteca Académica, donde mora la  Encyclopédie , para despedirse en el salón de actos, sobre la alfombra roja en la que los miembros recién incorporados a la RAE leen sus discursos entre dos vitraux: el de la poesía y el de la elocuencia.

Según la 23ª edición del Diccionario que la Real Academia Española publicó en octubre del año pasado –consensuado con 21 academias de América Latina y la de Filipinas–, los 500 millones de hispanohablantes contamos con 5.000 palabras nuevas y hemos dejado de usar unas 1.400. Se han incorporado 19.000 americanismos y se han enmendado 140.000. Pero también en los últimos años, y como consecuencia de una intensa actividad en cada uno de los Congresos Internacionales de la Lengua Española, la RAE ha publicado obras significativas como el Diccionario panhispánico de dudas o la Nueva Gramática Española. “Además de trabajar en los códigos de la lengua, es decir en ortografía, gramática y diccionario, la función de la RAE es contribuir a la unidad del idioma”, dice su director, Darío Villanueva.

–¿Qué riesgos corre nuestro idioma hoy?
–El mayor peligro de la lengua española, que goza de una envidiable unidad en los distintos países hispanohablantes, es el descuido en la enseñanza, en la etapa escolar, y en los medios de comunicación. Estos son los dos grandes pilares en los que ha de sustentarse el cuidado y la buena salud del idioma.


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