jueves, 10 de julio de 2014

Del otro lado de la cordillera (4)

FOTO: Paulo Slachevsky - Pedro Serrano exponiendo
El segundo expositor de la mesa "Pasado y presente de la traducción al castellano. España y América Latina" fue el poeta y traductor mexicano Pedro Serrano, de quien, a continuación, se ofrece un fragmento de su intervención. 

Un recuento brevísimo

Durante la Colonia en México, y hasta bien entrado el siglo XIX, la traducción que se hizo fue de textos latinos. Con la Independencia empezaron a aparece traducciones del francés, inglés, italiano y alemán. No es casual entonces que hasta hace muy poco las lenguas que se estudiaban en las carreras de Letras Modernas de la UNAM hayan sido precisamente esas, y sólo hasta hace muy poco se introdujeron estudios de Letras Portuguesas. No fue sino hasta mediados de ese siglo, con la entrada al español de la poesía romántica, que empezaron a hacerse traducciones de poesía contemporánea, principalmente del francés. Para entender el salto abismal que se dio en unas pocas décadas, y que, como lo mostró Ángel Rama, abarca a todo el ámbito de Hispanoamérica, mencionemos nada más que el primer Manifiesto Futurista de Marinetti, publicado en el diario Le Figaro en París, fue traducido inmediata y simultáneamente por Rubén Darío y por Amado Nervo, y publicado respectivamente en Buenos Aires y en la Ciudad de México. No sólo ellos lo tradujeron, pero me interesa subrayar la atención modernista por la modernidad que se avecinaba, síntoma de que ellos ya eran parte de lo que pasaba en el mundo, que es la condición indispensable para que haya traducciones. Esta historia tiene su culminación en la revisión que en 1914 hizo Vicente Huidobro de la versión de Darío. Marietta Gargatagli la cuenta rápidamente en El Trujamán en 2002, y el Blog de Traductores Literarios de Buenos Aires, siempre atento y siempre reactivando lo necesario, el 11 de septiembre de 2011 recogió su nota. 1914 es un año revulsivo que no hemos terminado de investigar. No todo sucedió ahí pero todo ahí hizo cresta. Darío murió en 1916 y Nervo en 1919, ambos de 49 años. Fueron otros, Huidobro entre ellos, quienes tomaron la estafeta y continuaron lo que, con la muerte de ambos, desdibujó la proyección que el propio modernismo habría tenido en sí mismo, de haber continuado.

Pero esa es otra historia. Lo traigo ahora a cuento porque es síntoma de la urgencia de traducciones que empezaban a aparecer en español, y que desde entonces no ha parado. En el caso de México, y en el siglo XX, escribir poemas va casi junto con pegado con intentar traducir poemas. Gabriel Zaíd, en su Asamblea de poetas jóvenes  de 1980, notaba cómo casi todos los poetas reunidos habían ejercido la traducción. Dado que los mayores en esa recolecta no llegaban a los 30 años, supongo que casi todos querían decir que habían traducido uno o dos poemas. Pero la tradición venía de lejos. José Juan Tablada, un modernista que siguió avanzando, fijaba su atención en Japón e intentaba los primeros haikús en México. Y Alfonso Reyes, como lo señala Adolfo Castañón en su ensayo “Alfonso Reyes y la traducción”, publicado por la Revista de la UNAM daba mandobles en el griego de la Ilíada, en la lírica medieval inglesa y en la francesa, pero también en los poemas no tan anteriores de Robert Browning y de Stéphane Mallarmé. Junto con Reyes vino, terminada la Revolución Mexicana, el impulso cultural de muchos alrededor de José Vasconcelos. A Reyes le siguieron los Contemporáneos. Y Octavio Paz, que quiso recoger en un solo haz las aventuras de todos ellos, continuó con la encomienda. No se puede entender la poesía de Tomás Segovia, Gerardo Deniz, Ulalume González de León y José Emilio Pacheco sin su largo afán traductor. Tampoco se puede entender el entramado traductor sin mencionar a Rubén Bonifaz Nuño, traductor de La Ilíada y de La Eneida, y a Miguel León Portilla, introductor de la poesía prehispánica. Después de ellos, y ahora, en secuela de aquella Asamblea, han venido Alberto Blanco, José Luis Rivas, Silvia Eugenia Castillero, Selma Ancira, Francisco Segovia, Pura López Colomé, Aurelio Asiain, Francisco Torres Córdova y muchos otros, traduciendo ya de diversas lenguas. Una de las incursiones recientes en la traducción ha sido la fascinante entrada de poetas en lenguas originarias, que establece un nuevo diapasón de relaciones entre el español que se habla en la mayoría del país y las diversas lenguas que persisten en distintos puntos del territorio. Al mismo tiempo, la traducción de lenguas clásicas no ha dejado de producirse. La Biblioteca Scriptorum Graecorium y Romanorum de la UNAM acaba de publicar una nueva traducción de la Odisea, en versión de Pedro Tapia Zúñiga. Y el Centro de Estudios Clásicos de dicha universidad acaba de abrir una nueva colección de textos en sánscrito. Hubo durante cierto tiempo, en los años ochenta, un Premio de Traducción Literaria Alfonso X, que reconocía la mejor traducción hecha en el año correspondiente, pero no sé bien quién lo daba y hace mucho que desapareció sin dejar huella ni información (Tomás Segovia lo recibió en tres ocasiones, en 1983, 1984 y 1985, quizás por eso lo clausuraron). En su descargo, el año pasado se instituyó un Premio de Traducción Literaria Tomás Segovia, con 150 mil dólares otorgados a Selma Ancira. Tengo la impresión de que será de edición única, lo cual no me parece mal. Sin medra al valor de trabajo de Selma, el monto es escandaloso y no sirve para reconocer el esfuerzo de los traductores sino para que la funcionaria en turno se luzca premiando de manera discrecional a sus favoritos. Debería reducirse a una cantidad razonable y reconvertirse en un premio anual que revisara las traducciones literarias y de manera abierta decidiera entre los mejores libros traducidos en México durante ese periodo. Como mera anécdota cabe añadir que el premio se iba a llamar en un principio Sergio Pitol, pero éste no aceptó que se utilizara su nombre para un proyecto que no le gustaba y al que además ni siquiera se le había consultado). La Universidad Veracruzana sí tiene una colección que lleva el nombre de Sergio Pitol, y la Universidad de Nuevo León publica también una colección de traducción de poesía llamada El Oro de los Tigres, en homenaje a Rubén Bonifáz Nuño. La labor que las editoriales independientes están realizando por la traducción de poesía es en estos momentos central para entender el entramado de la poesía en México. La editorial Aldus con el Paterson de William Carlos Williams, o la editorial Trilce con la poesía de Seamus Heaney, son algunas de las muchas instancias en donde la poesía en español está viendo cómo florecen, en la suya, las otras lenguas. No quiero terminar sin mencionar el Periódico de Poesía de la UNAM que se publica en línea desde 2007, y que desde entonces ha publicado traducciones, y reseñas de traducciones, en cada uno de sus números.

Ver: 
Revista de la UNAM

Periódico de Poesía de la UNAM

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