viernes, 5 de octubre de 2012

Un número crepuscular


El crítico y traductor Santiago Venturini colaboró con el  especial de Ñ de septiembre pasado con un artículo sobre el número 338-339 de la revista Sur, dedicado a la traducción literaria.

La versión de Sur

 Una historia futura de la traducción en Argentina deberá concederle un lugar privilegiado a las revistas literarias y culturales, las cuales actuaron como dispositivos importadores de ideas, debates y literaturas extranjeras, y se transformaron en plataformas para la difusión de ideologías y de gustos estéticos. Entre los nombres que aparecerán en esa historia, el de Sur es quizás uno de los más ostensibles: la revista dirigida –y sostenida– por Victoria Ocampo funcionó durante décadas como una “máquina de traducir y de trasladar textos de un lugar de origen a un lugar extranjero, tan remoto como lo señala la flecha hacia abajo que fue su logotipo” (la definición es de Beatriz Sarlo).   
        
En 1976, Sur publicó un doble número anual dedicado a los “Problemas de la traducción” (Nº 338-339). Jaime Rest fue el encargado de seleccionar y traducir la mayor parte de las colaboraciones. Victoria Ocampo se lo agradece en las últimas líneas de la introducción, justo después de elogiar el poder de anticipación que tuvieron su revista y su editorial por haber traducido, antes de su consagración definitiva, a nombres como Albert Camus, St. John Perse, T.S. Eliot o André Gide.

Si se lee la fecha de aparición del Nº 338-339 teniendo en cuenta la extensa trayectoria de Sur (John King ha propuesto, en un estudio ya clásico de 1986, una periodización), es fácil constatar que se trata de un número crepuscular, tardío, publicado en un período casi de extinción en el que Sur había abandonado la búsqueda de lo nuevo y se limitaba a publicar, como lo ha indicado María Teresa Gramuglio, “números especiales sobre los colaboradores que morían, o números autoantológicos en los que, en una especie de eterno retorno, se volvió sobre sí misma”. No obstante, el hecho de que se trate de un volumen dedicado a la traducción, práctica que definió, más que cualquier otra, al proyecto Sur, vuelve interesante la pregunta por el valor de estas páginas. Pregunta que debe reconocer, ante todo, un mérito a priori: producir –en gran medida, importando– una reflexión crítica sobre las diferentes dimensiones (lingüísticas, culturales, económicas) de la traducción, cuestión que a pesar de su trascendencia para la cultura argentina no era abordada sistemáticamente por otras revistas de la época ni constituía una de las prioridades de la agenda académica. Una vez admitido esto, es posible preguntarse qué lugar ocupa esta entrega en relación con la trayectoria de esa máquina traductora que fue Sur: ¿es el Nº 338-339 una especie de corolario o declaración final en la que leer la postura de la revista frente a la traducción? La respuesta a esa pregunta ambiciosa podría formularse como un retruécano: estamos frente a un número de Sur sobre la traducción pero no ante un número sobre la traducción en Sur, aunque a lo largo de esas páginas aparezcan detalles que permiten delinear el perfil de la revista.

La mayor parte de los artículos pertenecen a publicaciones previas, lo que hace de este número, básicamente, una recopilación (aparecen, por ejemplo, “Las versiones homéricas” de Borges o “De la traducción” de Alfonso Reyes). La introducción de Victoria Ocampo sintetiza los tonos que predominan en el volumen: por un lado, un tono reivindicador de la traducción y del trabajo de los traductores (que toca incluso aspectos gremiales); por el otro, un tono ensayístico, especulativo, que organiza las intervenciones a partir de la anécdota, el registro experiencial y la ejemplificación. Estas rasgos aparecen en el grueso de los ensayos que firman los colaboradores extranjeros (Elsa Gress, B. J. Chute, Thomas Lask, John L. Mosh, entre otros), extraídos de The World of Translation, un libro publicado en 1971 por el PEN American Center. Estos trabajos, que podrían ubicarse, como lo ha señalado Patricia Willson, dentro de la llamada American Translation Workshop, reflexionan sobre la traducción sin una impronta teórica, abordándola como un ejercicio y una experiencia individuales. Desde este posicionamiento debe leerse la confesión idiosincrática de Clara Malraux: “Cierto día en que trabajaba en Un cuarto propio, de Virginia Woolf, advertí que me resultaba más fácil traducir a una mujer que a un hombre”.

El número contiene, a su vez, material extraído de la prensa, como “El oficio de traducir”, encuesta publicada un año antes en La Opinión Cultural. A la encuesta responden representantes de diferentes períodos de Sur: José Bianco, Jorge Luis Borges, Enrique Pezzoni y Alberto Girri. Una de las cuestiones trascendentes que se plantean allí es la definición de una política lingüística para las traducciones argentinas, el dilema acerca de qué variedad de español debe reproducir el traductor. Borges comienza señalando en su intervención que la ventaja de las traducciones hechas en nuestro país es el uso de la variedad local, aunque inmediatamente después afirma que “se comete un error cuando se insiste en las palabras vernáculas. Yo mismo lo he cometido”. Efectivamente, el Borges que décadas atrás había aclimatado con irreverencia la última hoja del Ulises, se declara ahora a favor de una suerte de panhispanismo. Pezzoni también lo hace, al fin y al cabo: comienza declarando que “no recomendaría la neutralidad absoluta”, pero le pone límites precisos al traductor en el uso de “la lengua de su comunidad”: “Hacer hablar de vos a los personajes de una novela inglesa o francesa es desplazar violentamente un mundo hacia otro mundo”. En estas respuestas, algo erráticas, se expone la postura del traductor de Sur: una postura más bien conservadora frente a la lengua, que Lisa Bradford ha identificado como la posición global de la revista.

La poesía ocupa un lugar destacado en este doble número. La voluminosa “Antología de traducciones contemporáneas” que se incluye hacia el final es una antología de poesía extranjera en formato bilingüe. Leída hoy, la colección es doblemente canónica: en primer lugar, porque aparecen en ella nombres clásicos o nombres contemporáneos –ya avalados por la crítica– de diferentes tradiciones poéticas (hay un claro predominio de poesía en lengua inglesa); en segundo lugar, porque a lo largo de sus más de sesenta páginas desfilan versiones que se han vuelto ejemplares por haber logrado un elogio unánime,  dando lugar a duplas célebres de autor-traductor: John Donne/Octavio Paz, Charles Baudelaire/Raúl Gustavo Aguirre, William Shakespeare/Manuel Mujica Lainez,  William Butler Yeats/Luis Cernuda, Wallace Stevens/Alberto Girri, Eugenio Montale/Horacio Armani, Cesare Pavese/Rodolfo Alonso, entre otros. La antología se cierra con dos poemas de Borges traducidos al francés por Victoria Ocampo. El gesto da cuenta no solo de la filiación espontánea de Sur  con las lenguas extranjeras (y de Ocampo con el francés, su primera lengua) sino que habla también del valor de lo traducido: es el lugar central que Borges ocupa en la escena internacional el que justifica que el español se vuelva una lengua extranjera en su propio medio.



2 comentarios:

  1. Buenos días señor Fondebrider. No soy nadie importante, solo una chica que le ha escuchado recitar dos días en Cosmopoética. Escuché uno de sus poemas, llamado "Redes Sociales" y me encantó. Lo he buscado como una loca por la web, pero no lo he conseguido encontrar. Me preguntaría si usted podría darme el gusto de escribirlo aquí mismo, si no es mucha molestia.

    Muchas gracias por todo.

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  2. Estimada Marta: no me gusta mezclar las cosas. Este es el blog que administro y no el lugar donde publico poemas. Si quiere, escríbame al mail del Club de Traductores y allí le adjunto el texto que me pide.
    Cordialmente.

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