viernes, 1 de junio de 2012

¿Un blooper de traducción?

Lo que sigue es un auténtico blooper de traducción. Una vez editada la siguiente noticia, con su presentación e ilustración incluidas, al Administrador le asombró que Robert McCrum ya tuviese una entrada en este blog. Por lo que, luego de grabar lo que hoy iba a presentar, tuvo la curiosidad de volver al nombre de quien firma la nota. Descubrió entonces que, en otra versión, mucho más completa y con otros detalles, ya había publicado esto en este blog el 6 de noviembre de 2011, en traducción de Julia Benseñor. Pero lo interesante es que en la otra oportunidad el original se atribuye a The Guardian y en ésta a The Observer, sin contar otros detalles que se omiten en uno y otro artículo, por lo que la cuestión se constituye en un auténtico misterio que, algún lector con tiempo seguramente va a resolver.

Reproducimos entonces un artículo, sin mención del traductor al castellano, publicado por Robert McCrum en The Observer, de Londres, el 28 de diciembre de 2011 , reproducido en castellano por PressEurop, que puede leerse acá. En la bajada que lo acompaña figura el siguiente texto:  “Con el éxito mundial de Stieg Larsson y de Haruki Murakami, la traducción no había conocido un boom similar desde hace más de una generación. Pero ¿se alcanzará algún día el Santo Grial de la traducción que guarde una fidelidad perfecta con el original?”.

2011: el año del traductor

Se nos dice en el capítulo 11 del Génesis que "Tenía entonces toda la tierra un solo lenguaje y unas mismas palabras". Tras el diluvio del arca de Noé, los supervivientes decidieron celebrar su afortunada ventura de una manera tradicional: con una arquitectura triunfal. "Edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo", así es como recoge la Biblia tal aspiración. "Hagámonos un nombre" dijeron los descendientes de Noé, "por si fueremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra".

Mala suerte. Según el Viejo Testamento, la voluntad de la humanidad de unirse con un propósito común no es del gusto del Todopoderoso. Así que la idea de que hombres y mujeres pudieran ser como dioses fracasó y el proyecto condenado a no tener éxito se llamó Babel. Tal y como reza la versión de la Biblia del rey Jacobo, "allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra". Y para dar buena cuenta de ello, diseminó a los pueblos que hablaban distintos idiomas por todo el planeta.

A principios del siglo XXI, el mundo sigue siendo un mosaico de más de 5.000 lenguas distintas y en liza. Pero para aquellos que todavía sueñan con la implantación de un idioma universal, en pocas ocasiones la perspectiva ha sido tan propicia: 2011 ha sido un año excepcional para el arte de la traducción. ¿Podría realmente reconstruirse la torre de Babel?

Los terrícolas hablamos una sola lengua
Numerosos eruditos de la lengua ahora aceptan la innovadora percepción del filósofo Noam Chomsky de que, pese a los léxicos mutuamente ininteligibles, "los terrícolas hablamos una sola lengua" . Una apreciación que para Chomsky sería evidente para un marciano que viniese de visita. Por esa o por otra gran variedad de motivos, quizá nunca hayamos estado tan cerca de hacernos inteligibles.

A través del impacto de los medios de comunicación globales, ahora existe más que nunca un mercado para la literatura traducida, en la que la lengua predeterminada sería el inglés británico o el estadounidense. Muchas de esas versiones guardan el mismo parecido con el original como el de una alfombra persa y su revés, aunque eso no parece mermar su atractivo para el lector.

Últimamente en Estados Unidos el apetito despertado hacia la "ficción extranjera" – la trilogía Millennium de Stieg Larsson o 1Q84 de Haruki Murakami– ha favorecido una tendencia que inspira que nuevos lectores se interesen por superestrellas de la literatura internacional como Umberto Eco, Roberto Bolaño y Péter Nádas. Quizás haya que remontarse a la década de los ochenta, cuando las novelas de Milan Kundera, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa se convirtieron en bestsellers internacionales, para encontrar una comparación al empuje recibido para introducir la ficción traducida en el mercado literario.

Los traductores son estrellas del rock
Nuevas ediciones [en inglés] de Guerra y Paz de Tolstoi, de Madame Bovary de Flaubert y de En busca del tiempo perdido de Proust han convertido a los traductores con exceso de trabajo – y una raza tímida– en centro de atención mediática. David Bellos, cuyo nuevo libro, Is That A Fish In Your Ear? Translation and the Meaning of Everything [¿Es eso un pez en tu oreja? Traducción y significado de todo, todavía no disponible en español] se publicó en otoño, señala que en Japón, por ejemplo, "los traductores son como estrellas de rock" con su propio libro sobre cotilleo de famosos, The Lives of the Translators 101 [Las vidas de los traductores 101, no publicado en castellano].

Este repentino interés del público global hacia la ficción hubiese sido impensable si no fuese cierto que, según el British Council y respaldado por muchas otras fuentes dignas de crédito, alrededor de la mitad de la población mundial – 3.500 millones de personas – supiesen o tuviesen algún conocimiento de "algunas nociones de inglés". Y por primera vez en la historia de la humanidad, es posible que una lengua se transmita y se comprenda prácticamente en cualquier punto del planeta.

Este fenómeno lingüístico sin precedentes está respaldado por el formidable poder de los medios de comunicación globales. Lindsey Hilsum, la editora internacional de Channel 4 News, informa sobre cómo al preguntar el significado sobre un grafiti en árabe pintado sobre un muro en Tripoli, le dieron una traducción que era una divertida incongruencia debido a un guiño de referencias culturales: "Gaddafi, eres el rival más débil. Adiós"[del conocido programa-concurso de televisión].

 Como era de esperar, y ante estos amplios horizontes, Google está a la vanguardia de lo que se está convirtiendo en una revolución de la traducción, tanto por su alcance como por la técnica que se emplea. La solución de Google para un problema intrínsecamente humano es crear un ordenador que se acerque al Santo Grial de la inteligencia artificial y que pueda traducir el "lenguaje natural".

Google Translate emplea inmensos archivos de documentos ya traducidos y los combina con la probabilidad para dilucidar el significado más cercano, basándose en el contexto. Para que así sea, Google Translate se aprovecha de una base de datos con trillones de palabras, extraídas del corpus de documentación de Naciones Unidas, de las novelas de Harry Potter, de noticias de prensa y de memorandos empresariales.

La lengua universal dependerá de la traducción perfecta

El sueño de una lengua universal depende al final de la traducción perfecta. Dejando a un lado las lecciones aprendidas de Babel, la historia de la Biblia ofrece por sí misma otros cuentos con moraleja, en concreto este año – el cuarto centenario de esa gran catedral del lenguaje, la Biblia del rey Jacobo. Este evento sirve a la vez para celebrarlo y para plantearse si puede existir un ideal o una versión final de una obra semejante. ¿No está cada nueva versión marcada por el propio contexto cultural en el que el traductor trabaja?

 El destino que han corrido las sucesivas traducciones de la Biblia al inglés ilustran el problema de traducir textos de interpretación de manera intemporal en una lengua que está siempre en constante cambio. Los fieles de la Biblia del rey Jacobo, una traducción hecha en tiempo de Shakespeare, se horripilan ante algunas traducciones adaptadas a los tiempos modernos que juzgan absurdas. La New English Bible [Nueva Biblia Inglesa], por ejemplo, reemplaza "lobos con piel de cordero” por algo que se asemeja más al estilo de los Monty Python: "hombres vestidos como ovejas".

Así que a pesar del boom que ha supuesto este año para la traducción y de la proliferación de adelantos técnicos para entendernos mejor los unos a los otros, siempre se nos remite a los eternos juegos de lenguaje de Wittgenstein. De hecho, con numerosas lenguas a lo largo y ancho del mundo, Google Translate todavía tendrá que solucionar versiones locales del acertijo de Fráncfort. No se trata de una recóndita cruz lingüística alemana, sino de la respuesta a una simple pregunta. ¿Cómo se traduce "hot dog" – como comida rápida o como un cachorrito?

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