miércoles, 2 de mayo de 2012

La situación del traductor literario en México

Lucrecia Orensanz es una traductora mexicana que preside el Círculo de Traductores de México –cuyo link puede hallarse en esta página, en la columna de la derecha– y que ha colaborado con un excelente artículo en el volumen sobre La traducción literaria en América Latina, compilado por Gabriela Adamo (ver entrada del miércoles 25 de abril pasado). A continuación, y sólo a modo de aperitivo, ofrecemos un fragmento de ese trabajo.

La traducción literaria en México
(a principios del siglo XXI)
(fragmento)

Los límites de la traducción literaria
Tratar de describir la situación de la traducción literaria en un país sugiere, en primer lugar, que "traducción literaria" constituye algún tipo de categoría nítida, un fenómeno en sí misma. Y si le aplicamos el adjetivo "literaria" a cierto corpus de traducciones, podríamos suponer que es para distinguirlo de otro corpus que no lo es. ¿Qué distingue la traducción literaria de otras formas de traducción? ¿La distinción se basa en criterios textuales, editoriales, curriculares, institucionales, publicitarios...? Esta pregunta se la planteamos a una treintena de traductores y otros profesionistas entrevistados en una investigación que buscaba esbozar un panorama de la traducción literaria en México.[1] No parece haber un acuerdo muy claro al respecto.

Algunos opinan que la distinción depende del texto original: si está clasificado como literatura, entonces su traducción será literaria. Otros sugieren que es literaria la traducción que se emprende como proyecto personal, fuera de cualquier encargo editorial, y que permanece inmaculada por cuestiones pedestres como plazos, tarifas y contratos. Otros más opinan que el criterio ha de ser estilístico: es literaria la traducción de cualquier texto que conlleve dificultades de tipo literario, aludiendo así a toda la gama de textos filosóficos, de humanidades e incluso periodísticos muy complejos, aunque se traduzcan por encargo. Aún otros parecen aplicar la etiqueta de "literaria" a cualquier traducción muy bellamente resuelta, así se trate del instructivo de una lavadora.

Leyendo entre líneas, parece más bien que en México se consideran literarias las traducciones que hacen los escritores, literatos o gente de letras en general. En principio, no tiene nada de malo que los escritores se dediquen a traducir. Sin duda, el que en México tantos de ellos se hayan ocupado de esta actividad ha generado una producción enorme y que ha sido importante por diversas razones, desde la selección de las obras y la hechura muchas veces exquisita de lo que se presenta como textos traducidos —sin tocar por ahora las cuestiones de fidelidad y exactitud—, hasta la difusión que garantizan el prestigio y presencia pública de estos personajes en su condición de intelectuales influyentes.[2]

El problema con la tradición de los escritores-traductores es que ha subordinado la actividad traductora al prestigio literario de quien la practica y ha contribuido a desconectar la traducción literaria de otras formas de traducción, en particular otras formas de traducción editorial. Si el criterio que distingue la traducción literaria es la identidad profesional de quienes la ejercen, y si la identidad profesional de la gente de letras busca a menudo alejarse de todo lo prosaico que envuelve la traducción ejercida como oficio y profesión (pagos, plazos, consignas editoriales, etc.), entonces se acentúa la escisión entre las distintas formas de traducción y entre los distintos tipos de traductores. Básicamente, es la escisión entre los traductores profesionales y los académicos o escritores que traducen. Como si el término "traducción literaria" fuera una cuerda de la que jalan ambos frentes: los escritores del lado de "literaria" y los traductores del lado de "traducción". Más allá de las preferencias de cada quien, esto tiene efectos profundos en la identidad gremial, en las posibilidades de que los traductores profesionales incursionen en la traducción literaria, en las posibilidades de que se organicen para proteger sus derechos y en la manera en que se forman los traductores.

La identidad gremial
Un indicio de que un gremio se reconoce como tal es la existencia de alguna organización que lo represente y defienda los intereses comunes de los agremiados. En México, la traducción literaria no está representada en ningún gremio. Quizás la causa principal sea lo ya mencionado, que quienes se dedican a la traducción literaria —así lo hagan de manera regular, con asiduidad, sean prestigiados por ello, lo disfruten enormemente, etc.— se reconocen en realidad como otro tipo de agente cultural: escritor, poeta, editor, periodista, investigador, profesor, etc. Obtienen el sustento de esas otras profesiones y, por lo tanto, si han de organizarse o aliarse con alguien, será con profesionistas afines: los escritores con los escritores, los editores con los editores, etc.

¿Sería deseable o necesario que los traductores estuvieran representados gremialmente? Planteamos esta pregunta en la investigación mencionada antes, y también aquí las opiniones están divididas, desde quienes consideran que es no sólo necesario, sino urgente, organizarse, hasta quienes opinan que esto desvirtuaría la pureza artística de la labor traductora. Lo que está en juego son cuestiones de derechos, reconocimiento, tarifas, regalías, etc., así que el dilema parece ser el de "arte vs. mercado".[3]

Atrás de la queja tantas veces escuchada de que "en México no se puede vivir de la traducción literaria" acecha la consigna de que "no se debe vivir de la traducción literaria". Y si está mal visto vivir de cierta actividad, resulta difícil defender los derechos laborales correspondientes. Atrás, a su vez, de esta consigna está la preocupación por la conveniencia o inconveniencia de que se profesionalice el oficio, preocupación materializada en un ejemplo adverso que muchos parecen tener presente: "no nos vaya a pasar lo que a España, donde ya se profesionalizó la traducción y vean qué desastre".[4] Mientras tanto, está claro que el mercado de la traducción crece y exige profesionistas, y que la traducción de textos literarios no se hace ya exclusivamente al abrigo del prestigio académico. Argumentada o no, explícita o velada, la desconfianza respecto de la profesionalización logra influir en las decisiones que se toman —o que no se toman— y que finalmente afectan a todos los traductores.

En México existen actualmente dos organizaciones constituidas, la Organización Mexicana de Traductores (OMT) y el Colegio de Traductores. Aunque sus intereses declarados abarcan la traducción literaria, en la práctica agrupan intérpretes y traductores comerciales y técnicos.[5] En la década de 1980 existió la Asociación de Traductores Profesionales (ATP), con una vocación literaria expresa. La ATP duró varios años y ganó batallas importantes, pero fue minada precisamente por la imposibilidad de definir su objetivo: ¿debía representar sólo a los traductores literarios o a los traductores en general?, ¿o incluso a los intérpretes?, ¿debía ser o no una bolsa de trabajo?, ¿debía erigirse como entidad certificadora?, ¿debía defender sólo derechos y reconocimiento, o también pagos y tarifas?

Se han propuesto y discutido otras opciones para los traductores literarios, como la creación de una Casa del Traductor según el ejemplo de las que existen en Europa, o bien una asociación vinculada a los escritores, una ramal de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), según el modelo de la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACETT), pero ninguna ha terminado de cuajar. También existen en América Latina distintas formas de organización (colegios, asociaciones, sindicatos, etc.) que se han mencionado como posibles modelos, pero cada iniciativa parece atorarse en las primeras preguntas de rigor: ¿quiénes somos?, ¿somos todos los que estamos y estamos todos los que somos? Sin responder estas preguntas básicas es difícil pasar a las preguntas operativas: ¿qué queremos? y ¿cómo vamos a conseguirlo?

Para acabar de fragmentar el panorama, mencionemos el tema de los traductores e intérpretes en lenguas indígenas, acreditados por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) mediante su Padrón Nacional de Intérpretes y Traductores en Lenguas Indígenas (PANITLI), dirigido principalmente a la asistencia de la población indígena monolingüe en la procuración de justicia y acceso a servicios públicos. Las disposiciones oficiales, que tienden a convertir el tema indígena en una curiosidad cultural envolviéndolo en capa tras capa de medidas simbólicas que lo mantienen cómodamente fuera de peligro, han contribuido también a apartar la traducción en lenguas indígenas de las otras formas de traducción y sus debates gremiales, en perjuicio de todas las partes.

El dilema arte vs. mercado lleva otras rivalidades asociadas: reconocimiento vs. remuneración, amor vs. necesidad, precisión vs. velocidad, compromiso vs. conveniencia, etc. Unos hablan de traducción desde el arte, desde la trinchera literaria, y otros lo hacen desde la trinchera del mercado. Están unos frente a otros, ante el mismo campo de batalla (¿será el mismo?), pero ni siquiera se atacan, más bien apartan la mirada con displicencia. ¿Habrá algún punto hacia donde queramos, podamos o debamos mirar juntos todos los que nos dedicamos a la traducción? Quizás un terreno propicio sea la reflexión conjunta sobre la traducción como fenómeno, o bien la formación de traductores.



[1] Marianela Santoveña, Lucrecia Orensanz, Miguel Ángel Leal Nodal y Juan Carlos Gordillo, De oficio, traductor. Panorama de la traducción literaria en México, México, Bonilla Artigas Editores, 2010. Gran parte de lo expuesto en el presente trabajo se deriva de esta investigación, que en adelante se referirá simplemente como De oficio, traductor.
[2]Evitaré hacer aquí un listado de los grandes nombres y los grandes títulos de la traducción académica mexicana. En parte, porque sin duda cometería alguna omisión imperdonable. Pero sobre todo porque el peso apabullante de esos grandes nombres ha contribuido, si bien no intencionalmente ni de manera exclusiva, a la invisibilidad de los traductores "de a pie". Este silencio onomástico se subsana fácilmente consultando catálogos editoriales y antologías universitarias. Con todo, sería interesante hacer para México un trabajo en la línea del de Patricia Willson, La constelación del Sur. Traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 2004.
[3]  De oficio, traductor, pp. 96-99.
[4] Ibidem, pp. 144-148.
[5] La Organización Mexicana de Traductores, A.C. se constituyó en 1992, está afiliada a la Federación Internacional de Traductores (FIT) y a la American Translators Association (ATA) y realiza cada año un congreso de traducción e interpretación. Su estrategia de afiliación se dirige a intérpretes y traductores en activo: www.omt.org.mx/index.htm. El Colegio de Traductores, A.C., aún pequeño, se constituyó en 2008 y dirige su estrategia de afiliación a los recién egresados de las licenciaturas en traducción: www.coltramex.org.

4 comentarios:

  1. ¡Muchísimas gracias por el fragmento! Muy interesante. Creo que el volumen completo debe merecer mucho la pena.


    María

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  2. Excelente artículo,que además revela las similaridades que existen entre México y Argentina.

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  3. Saludos Lucrecia!! Desde Baja California!!

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  4. Excelente artículo - Muy interesante

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