sábado, 9 de abril de 2011

Una versión de McGyver o las cosas que hay que traducir para ganarse la vida sin recurrir al robo a mano armada o al secuestro extorsivo

Como por la plata baila el mono, todos los traductores, tarde o temprano (y es probable que sea más temprano que tarde) se topan con libros imposibles a los que, mal que le pese a la conciencia de uno, hay que traducir. Tal vez quede como descargo pensar que a la mayoría no se le ocurriría comprar los derechos por tales engendros y que en las editoriales hay siempre algún tipo a quien sí se le ocurre. En fin...
El 29 de marzo de este año, Patricia Willson publicó la siguiente columna en El Trujamán.

Desopilancias

Los traductores podríamos convocar a un derbi de los recursos estilísticos y de las situaciones novelescas más desopilantes que nos haya tocado traducir. Arrimo aquí sendos ejemplos que, seguramente, no se encontrarán entre los menos rocambolescos.

1) En 1992 hice mi primera traducción de una novela. Como suele ocurrir en los inicios de carrera de un traductor, se trataba de un best seller estadounidense, de esos en los que el lector se informa sobre un tema —en este caso, el mundo de los noticieros de la televisión y sus presentadores estrella— y se ausenta de la literatura hasta la próxima, verdadera, experiencia literaria. Además de recurrir a personajes convencionales —la bella presentadora, ambiciosa pero honesta; el crápula magnate de los medios; el arrojado periodista de investigación—, el autor recurría a un sistema metafórico que lo pintaba por entero, a él, a ciertos valores de su medio cultural y al lector ideal de ese libro. En el ambiente de la televisión, los romances entre colegas surgen de golpe y proliferan, afirma el narrador, y agrega para que lo entendamos cabalmente: «como el pop-corn en un horno de microondas». Hay hombres que seducen a las mujeres para luego abandonarlas con indiferencia, «como se desecha un encendedor descartable». Desopilantes o no, estas metáforas me obligaron a una adaptación: en la Argentina, a principios de la década de 1990, no eran comunes los hornos de microondas y los encendedores descartables —como tantas otras cosas— se reciclaban.

2) En el tercer best seller que traduje, el personaje femenino central era nada menos que la desencadenante de la Guerra de los Seis Días. Nada de geopolítica, nada de petróleo: como un asesinato de Sarajevo en Medio Oriente, todo se jugaba en saber quién reinaría en la alcoba de la bella joven, si un guerrillero palestino o un agente del Mossad. Ambos eran valientes, viriles y buenos amantes… En una de las peripecias de ese triángulo, la heroína es secuestrada por una célula palestina y comparte cautiverio con su pretendiente israelí. El único obstáculo para salir de la improvisada prisión es una cerradura… si tuvieran un alambre, o algo de metal que pudiera funcionar como ganzúa… La heroína reflexiona y, luego de una manipulación que prefiero no imaginar, extrae de su cuerpo el dispositivo intrauterino cuya función era evitar embarazos en sus lances amorosos con el palestino y el israelí. Recuperada del trance, dobla el «adminículo» convirtiéndolo en una llave improvisada que, por supuesto, ¡funciona!

Que se sepa, y que no se atribuyan indefectiblemente a una mala traducción los lances literarios más inauditos…

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