sábado, 10 de julio de 2010

"¡Una auténtica sopa de plomo sazonada con bolitas de azogue!"

José Aníbal Campos González (La Habana, 1965) es licenciado en filología germánica por la Universidad de La Habana. Ha traducido a diversos autores de habla alemana, entre los que destacan Stefan Zweig, Hermann Hesse, Ingeborg Bachmann, Pascal Mercier, Uwe Timm, Hans Christoph Buch y Christoph Hein. En el año 2000 recibió un premio del Ministerio de Cultura de Austria por la divulgación de la literatura austriaca contemporánea en Cuba, su país natal. Ha traducido asimismo El ABC de la música clásica, de Eckhardt van den Hoogen (Madrid, Taurus, 2004), y, en la colección Nortesur Musikeon, El camino hacia la Nueva Música, de Anton Webern (febrero 2009), y Cartas, de Johannes Brahms (en prensa).

Carlos A. Aguilera (La Habana, 1970) es escritor y, entre 1997 a 2002 , fue codirector de de la revista alternativa Diaspora(s). Ha publicado Retrato de A. Hooper y su esposa (poesía, 1996), Das Kapital (textos, 1997), Memorias de la clasemuerta (antología, 2002), Portrait de A. Hooper et son épouse suivi de Mao (poesía, 2000, en francés), Die Chinamaschine (relatos, 2004, en alemán). Permanece inédita la novela Paraísos de cartón. Sus ensayos y textos han aparecido en las revistas Letras libres, Diario de Poesía, Crítica, Revista de Occidente, Boundary 2, Manuskripte, Lichtungen, Encuentro de la cultura cubana y en periódicos como el Frankfurter Rundschau o El Nuevo Herald. En este último medio, el 23 de mayo pasado fue publicada la entrevista que Campos González mantuvo con Aguilera y que se reproduce a continuación.

José Aníbal Campos: el mundo como traducción

–José Aníbal, una de las cosas que siempre intriga a todo lector es la relación editor-traductor-mercado. Una relación a veces polémica y a veces “edípica”. ¿Cuál es tu experiencia al respecto?
–Editores y traductores son dos figuras de un mismo bando que, paradójicamente, viven enfrentadas en una extraña relación amor-odio. Esto es también un negocio, y los editores, en su mayoría, siempre intentarán pagar menos de lo que el traductor merece. Y ésa es una de las batallas que libramos todos los de este oficio, incluidos los ya consagrados. Pero hay que destacar un par de editoriales que, en lo que respecta al reconocimiento del traductor, mantienen tarifas relativamente justas y dan al traductor el lugar que merece. Algunas, como Acantilado o Nortesur, ponen incluso el nombre del traductor en portada o incluyen en el libro un breve currículum de éste.

–Y la prensa española, ¿da algún reconocimiento a esta labor? ¿Existe algún premio en el mundo español para los traductores?
Creo que la situación en España sigue siendo mala, salvo contadas excepciones. Los periodistas culturales son, a mi juicio, de lo peor. Para definirlos con una palabra, diría “mediocridad”; crítica de “charanga y pandereta”, parodiando a Machado. Pero hay excepciones, y mi opinión se refiere más bien a la situación general. Lo menos grave que te puede suceder es que leas una reseña sobre un libro traducido por ti y adviertas, desde el principio, de que quien la firma no se ha tomado ni un instante para leer más allá del texto de contraportada y buscar un par de datos en Wikipedia.
Sí, existen un par de premios, pero los otorga el mismo gremio, salvo el Premio Nacional que da el Ministerio de Cultura.

–Saliste en 2003 de la isla con una beca del Goethe Institut de Alemania. ¿Cómo era (o es) la situación para los traductores en Cuba?
–La situación del traductor en Cuba es de una precariedad desconsoladora, disfrazada de protección oficial. Sin embargo, la ausencia de presiones a la hora de entregar un libro, hace que algunos traductores puedan dedicarse de un modo casi romántico a lo que quieren hacer, proyectos a veces muy interesantes; luego, que eso se publique o no, queda sujeto a esa lotería ideológica que es la vida en la isla.

–¿Tienes alguna definición para eso que los italianos irónicamente llaman il traditore?
–Ser traductor es como ser un tamiz, a través de ti se filtra una cultura y pasa a la otra. En ese tamiz quedan esos residuos que no se pueden verter en la lengua-meta, pero aquello que logra filtrarse, enriquece el ámbito cultural que lo acoge.

–¿Has tenido que traducir algún libro donde te haya sido difícil filtrar ese tamiz?
–El libro que menos placer me ha reportado traducir es un libraco de conferencias del actual Primado de Roma, el señor Joseph Ratzinger. ¡Una auténtica sopa de plomo sazonada con bolitas de azogue! (Con el perdón de los católicos admiradores del nuevo Papa). Pero en fin, lo hice lo más dignamente que pude.

–¿Y los que más?
Tren nocturno a Lisboa, del suizo Pascal Mercier; un libro de cuentos de otro suizo, Peter Stamm, titulado Los voladores; El príncipe de la niebla, de Martín Mosebach, uno de los últimos Premios Büchner en Alemania. También, una nueva versión de Tres poetas de sus vidas, de Stefan Zweig y dos libros para mí maravillosos: la correspondencia de Hermann Hesse y la de Stefan Zweig; ésta última va por su segunda edición en menos de cuatro meses.

–¿Algo que decir a los nuevos traductores?
–Que trabajen mucho, que se dejen apasionar por esta profesión, que asimilen todo lo que han podido aprender en clases, pero sobre todo, que vivan. Sólo la experiencia vital hace esa otra parte que se conoce como las “dotes intangibles de un buen traductor”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario