domingo, 4 de abril de 2010

Una encuesta para escritores (XIII) Ehrenhaus/Salvador/Chirinos


Andrés Ehrenhaus (Buenos Aires, 1955)  vive en Barcelona desde 1976. Allí se desempeña como traductor de inglés y francés (ha traducido a Aldiss, Aylett, Barthelme, Dantec, Al Gore, Kerouac, Poe, Shakespeare y Van Sant entre muchísimos otros autores) y es vicepresidente de la ACEtt (sección autónoma de Traductores de la Asociación Colegial de Escritores de España). Ha publicado los libros de relatos Subir arriba (Barcelona, Sirmio, 1993),  Monogatari (Barcelona, Mondadori,1997),  La seriedad (Barcelona, Mondadori, 2001), La obra en progreso (Buenos Aires, Paradiso, 2001) y Tratar a Fang Lo (Buenos Aires, Paradiso, 2007). También de uno de entrevistas, junto con Jorge Pérez (El futuro es esto, Reservoir Books, Barcelona, 1999).

1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Estaba a punto de contestar derecho viejo cuando reparé en lo siguiente: el emperador está desnudo. ¿Por qué será que en nuestra profesión siempre (o todavía) nos distraemos en definir el todo por la parte, es decir, por qué será que nos cuesta bajar a tierra y aceptar que, mala, buena o regular, una traducción es una traducción es una traducción? ¿Acaso hacemos lo mismo con la cirugía, con la instalación de persianas o con la ingeniería de puentes y caminos? A nadie se le ocurriría perder el tiempo en definir qué y cómo ha de ser un buen puente porque uno malo, sencillamente, se cae. Y, una vez caído, ya no es un puente. Así, pues, desde mi punto de vista, la traducción mala es un oxímoron y la buena, un pleonasmo. Yo no soy ingeniero; por eso, lo que me interesa de un puente es que me lleve de una orilla a la otra sin que mi vehículo se rompa o sufra desperfecto alguno en el trance. Además, si lo cruzo en carreta, en moto o en limusina, mi percepción del trayecto cambiará a pesar de que el puente sea siempre el mismo. Nos bañamos y no nos bañamos en el mismo río. ¿Qué tiene que tener una traducción para ser una traducción y no un puente derrumbado? Rigor formal, cálculo atinado de magnitudes, materiales sólidos, coherencia interna, economía de recursos, honestidad. ¿Alguien le pide transparencia o invisibilidad al ingeniero constructor? Yo tampoco al traductor. La traducción es la transformación de una obra original en otra (¡no menos original!); ¿por qué disimular que ésta, igual que aquélla, también tiene un autor? ¿Por qué pretender que la traducción es una traslación natural, la única versión posible, de la obra original a otra lengua? Etc.

2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–En la medida en que no sólo no me molesta sino que me agrada leer obras en todas las especies del castellano, no veo por qué habría de molestarme esto en las traducciones. Habida cuenta de que no existe un castellano único o estándar, un Hoch-Spanisch, sería poco inteligente no explotar la riqueza de la lengua en todas sus variantes. Sí me molestan la falta de coherencia interna, la infidelidad a la elección tomada, el uso injustificado de regionalismos, la atenuación culposa y, por supuesto, la naturalización (que equivale a desnaturalizar la obra original) salvo cuando obedece a un propósito explícito de adaptación. Los errores, si no son el bosque sino algunos árboles menores, no sólo no me molestan sino que no concibo una traducción sin, al menos, un error; cuando no lo hay, debería cometerse adrede.

3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Si mi país es el que dice Borges que es, me gustan especialmente, por motivos tanto sentimentales como profesionales, las traducciones del japonés al castellano que hizo, allá por los 60, Kazuya Sakai de casi toda la obra de Ryonosuke Akutagawa.


Poeta, narrador, dramaturgo y ensayista, Álvaro Salvador (Granada, 1950) es  catedrático de Literatura Hispanoamericana y Española, residente en la ciudad de Granada. Formó parte del consejo de redacción de revistas como Letras del Sur, Olvidos de Granada y La Fábrica del Sur y actualmente del consejo asesor de la revista Anales de Literatura Hispanoamericana, editada por la Universidad Complutense y de La estafeta del viento, editada por la Casa de América de Madrid. Desde 1978 a 1984 fue director del Aula de Poesía y desde 1989 a 2000 director del Seminario de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Granada. Desde su fundación en 1992 ha sido miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos y en la actualidad es miembro de número de la Academia de Buenas Letras de Granada.
Su obra crítica comprende Para una lectura de Nicanor Parra (Sevilla, 1975), Rubén Darío y la moral estética, (Granada, 1986) Introducción a la literatura hispanoamericana (en colaboración con Juan Carlos Rodríguez Gómez), (Madrid, 1987,2ª edición 1994), las ediciones críticas de Azul... y Cantos de vida y esperanza (Madrid, 1992), Prosas Profanas (Madrid, 1999) de Rubén Darío, Poesía completa y Prosa Selecta de Julián del Casal (Madrid, 2001), El impuro amor de las ciudades (La Habana, 2003, por el cual recibió el Premio Casa de las Américas en la categoría Ensayo en 2002), Las Rosas artificiales (Sevilla, 2003) y Letra pequeña (Granada, 2003), entre otros títulos. Como poeta ha publicado Y... (Granada, 1972,Premio Federico García Lorca), La Mala Crianza (1974 y 1978), De la palabra y otras alucinaciones (1975), Los Cantos de Ilíberis (1976), Las Cortezas del Fruto (Madrid, 1980), Tristia (en colaboración con Luis García Montero; 1982), El agua de noviembre (1985),  La condición del personaje (Granada, 1992), Suena una música. Antología 1971-1993 (1996), Ahora todavía (Sevilla, 2001), Suena una música. Antología 1971- 2007 (2008), La canción del outsider (2009). Como novelista publicó Un hombre suave (Madrid, 2000) y El prisionero a muerte (Sevilla, 2005). Sus piezas teatrales incluyen D.Fernando de Córdoba y Válor, Aben Humeya (1983), El día en que mataron a Lennon (1997) y El sueño de un reino (2007).

 1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Si la traducción es de prosa, se reconoce cuando es buena en que el lenguaje fluye como si fuera la lengua nativa del autor. Pienso que en un buen traductor es casi más importante el conocimiento de la lengua propia que aquella de la que se traduce.
Si la traducción es poesía ocurre casi lo mismo, pero más que con la lengua en sí con la lengua poética. Las mejores traducciones de poesía suelen estar hechas por poetas, porque estos conocen los mecanismo del poema y pueden reproducir esos mismos mecanismo u otros muy semejantes en la nueva lengua,

2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–No especialmente si está bien traducido y si la especie de castellano se utiliza correctamente

3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Bueno en mi país fueron muy buenos traductores Rafael Cansinos- Assens traduciendo Las Mil y una noches, algunos miembros de la Generación del 27 en sus traducciones tanto de poesía como de prosa (Alberti, Cernuda, Salinas, Dámaso Alonso, por ejemplo). También hicieron muy buenas traducciones José María Valverde, Ángel Crespo y Lourdes Ortiz. En la actualidad me parece que un magnífico traductor es Justo Navarro que ha hecho unas magníficas de Fitzgerald y de Paul Auster.


Eduardo Chirinos (Lima, 1960) es autor de los libros de poesía: Cuadernos de Horacio Morell (Lima, 1981),  Crónicas de un ocioso (Lima, 1983), Archivo de huellas digitales (Lima, 1985), Rituales del conocimiento y del sueño (Madrid, 1987), El libro de los encuentros (Lima, 1988), Recuerda, cuerpo... (Madrid, 1991),  El equilibrista de Bayard Street (Lima, 1998), Naufragio de los días –antología poética 1978-1998 (Sevilla, 1999),  Abecedario del agua (Valencia, 2000), Breve historia de la música (Premio casa de América de Poesía, Madrid, 2001),  Escrito en Missoula (Valencia, 2003) y Derrota del otoño, Antología personal (Guadalajara, 2003), Como crítico literario ha publicado El techo de la ballena (1991) y bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, La morada del silencio, 1998. También ha editado dos volúmenes de poesía peruana: Loco amor (1991) e Infame turba (1992-1997),  la antología Elogio del refrenamiento de José Watanabe (Sevilla, 2003), y dos libros misceláneos donde conviven la prosa crítica con la crónica y el verso: Epístola a los transeúntes (Lima, 2001) y El fingidor (Lima, 2003). Actualmente reside en Missoula, Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de Literatura Hispanoamericana y española en la Universidad de Montana.

1) ¿En qué reconocés una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definirías una buena traducción?
–Una buena traducción es, para mí, aquella que me hace olvidar desde la primea línea que estoy leyendo una traducción.

2) ¿Te molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Asunto inquietante. ¿Cuántas “especies” hay de castellano? En tu primera pregunta usas la palabra “reconocés” (*) que para ti es incuestionablemente familiar y a mí me evoca tangos, Plazas de Mayo, Maradonas y Borges. Lo que llamamos “especies” son singularidades del castellano que cada grupo percibe como familiares; lo que a mí me molesta pasa desaparcibido para una comunidad de lectores que se reconoce en la “especie” que usa para comunicarse a diario. ¿Será que a pesar de compartir el mismo idioma estamos dejando de pertenecer a la misma familia? Tal vez, pero eso no debería ser ningún problema: el destino de toda familia es crecer y diversificarse. En este sentido, asumir un tono neutro no es ninguna solución, pues resulta tan artificial que podríamos hablar de una “especie neutra” cuyos usuarios serían los locutores radiales y los maestros de ceremonias. Tu pregunta no sólo plantea un problema lingüístico, plantea también un problema de políticas editoriales. Y en este punto, España, México y Argentina se llevan la parte de león, pues son los únicos países que cuentan con un mercado editorial capaz de trascender sus fronteras, lo que les permite proponer sus respectivas “especies” a los demás países hispanohablantes. Bien mirada, esta situación contribuye a un necesario hermanamiento cultural: si has crecido leyendo libros españoles de la editorial Molino, historietas mexicanas de la colección Novaro o las argentinísimas revistas Billiken, entonces tienes incorporada una serie de registros que resultan encantadores y hacen menos penoso el reencuentro con los modismos locales que arruinan la traducción de tantas novelas y cuentos. Debido a su condición más bien periférica, la poesía es el género que mejor ha evadido las demandas del mercado editorial: sabemos que los mejores traductores de poesía son los poetas mismos. Y eso –por suerte– lo saben los editores españoles, quienes han sabido comprender que los traductores hispanoamericanos están mejor preparados para prescindir de su “especie” sin traicionarla. Prescindir sin traicionar. Tal vez esa sea la clave.

3) ¿Quiénes, en tu opinión, han sido buenos traductores en tu país? ¿De qué obras?
–Carentes de cualquier tipo de plataforma editorial, sin ninguna clase de incentivos ni de estímulos para la creación literaria, los peruanos deberíamos estar impedidos para la traducción literaria. Y no es así. Tal vez la insularidad editorial a la que estamos condenados (y de la que estamos saliendo poco a poco) conduce a producir vocaciones heroicas. Pienso en dos grandes: Juan José del Solar, traductor de Elías Canetti, y en Luis Loayza, traductor de Thomas de Quincey. En poesía hay excelentes traductores que son, a la vez, divulgadores (y muchas veces editores) de poesía en lengua extranjera: Ricardo Silva-Santisteban y Renato Sandoval. Pero si tuviera que mencionar solamente uno, elegiría con los ojos cerrados al poeta Javier Sologuren. ¿Obras? Las uvas del racimo, excelente muestra de poesía francesa, sueca e italiana; Razón ardiente, dedicada a la poesía francesa de Apollinaire a nuestros días; una hermosa Antología de poesía italiana traducida a cuatro manos con el también poeta Carlos Germán Belli, y numerosas obras de autores clásicos y contemporáneos japoneses que tradujo en colaboración con su mujer Ilia Bolaños.

(*) Nota del Administrador:
Todas las encuestas fueron realizadas empleando el voseo, pero luego, para darles un tono más impersonal, se las pasó al tratamiento de "usted". Sin embargo, dada la índole de la respuesta de Eduardo Chirinos, resultó más apropiado mantener la forma original.

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