viernes, 26 de marzo de 2010

Una encuesta para escritores (IV) Morábito/Magnus

Poeta, narrador, ensayista y traductor, el mexicano Fabio Morábito (Alejandría, 1955) es autor de los libros de poesía Lotes baldíos (Premio Carlos Pellicer, 1985), De lunes todo el año (Premio Aguascalientes, 1991) y Alguien de lava (2002), incluidos en La ola que regresa , poesía reunida (2006). Como narrador ha publicado los cuentos de La vida ordenada (2000), La lenta furia (Tusquets, 2002 y Eterna Cadencia, 2009), También Berlín se olvida (2004) y Grieta de fatiga (Tusquets, 2006 y Eterna Cadencia, 2010) por el que obtuvo en el año 2006 el premio "Antonin Artaud", y la novela Emilio, los chistes y la muerte (Anagrama, 2009). Como ensayista ha publicado Los pastores sin ovejas (Ediciones el Equilibrista, 1995) y como escritor de literatura infantil, Cuando las panteras no eran negras, libro por el que ganó el "Premio White Raven" en 1997. Vertió al castellano la obra completa de Eugenio Montale (para Galaxia Gutenberg) y la obra Aminta de Torcuato Tasso.

1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Respuesta clásica: cuando no se nota. Recordemos el viejo dicho acerca de un buen árbitraje de futbol, que es aquel, precisamente, que pasa inadvertido. Pero hay excelentes arbitrajes que no pasan inadvertidos, por ejemplo cuando el árbitro toma una decisión acertada que perjudica de manera fatal al equipo de casa. Personalmente, sobre todo en poesía, prefiero una traducción que se  tome ciertas libertades osadas y que, a cambio de ello, nos entregue un texto de verdad, una invención verdadera, una “obra” autónoma, no el remedo de otra. En prosa, eso debería poder lograrse siempre o casi siempre, sin excusas; en poesía, es más difícil, a veces imposible, pero muchos traductores ni siquiera hacen el intento y naufragan en un terreno intermedio, pantanoso, donde recogen perlas lo mismo que estiércol, a la buena de dios; traductores timoratos, que no se lanzan a tomar el toro por los cuernos y quieren quedar bien con todos.

 2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Lo que se dice molestar, es decir estar permanentemente distraído por ella, decididamente no; en todo caso, me puede llegar a molestar un exceso de confianza del traductor con su español nativo, una falta de cortesía hacia el eventual lector perteneciente a un castellano de otras latitudes; en suma, la renuncia a cierta negociación con el propio español que todo traductor al español debería ejercer, por el hecho de hablar un idioma que tiene la peculiaridad, como muy pocos, de abarcar naciones y costumbres diversas. Si no lo hace, por las razones que sea (falta de sensibilidad lingüística, jactancia localista, mera pereza), sí puede llegar a convertirse en una sombra irritante a lo largo de la lectura. Naturalmente, no debemos aspirar a un castellano neutro, en nombre de la comunicación continental, pero tampoco acendrar los propios usos lingüísticos, cuando a menudo no sólo no hace falta, sino que ello contradice el registro estilístico del original. Para esto, como en casi todo lo que conciernes la traducción literaria, hacen falta olfato y humildad.

 3) ¿Quiénes, en du opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–La lista es larga, tanto en prosa como en poesía; pero en poesía yo pondría sobre todos a Tomás Segovia. Sus traducciones de Nerval, Ungaretti y Shakespeare son sensacionales, fruto de un oído privilegiado y, en especial, un gusto musical refinadísimo. ¿Qué más puede uno pedir?


Narrador, periodista y traductor, Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) vivió entre 1999 y 2005 en Alemania, primero en la ciudad de Heidelberg y luego en Berlín. Allí estudió literatura española y filosofía becado por la Friedrich Ebert Stiftung, al tiempo que trabajaba para la cátedra de Literatura Hispánica de la Universidad Humboldt de Berlín.  Escribió para diversos medios de la Argentina y Latinoamérica, entre ellos la revista Soho y Gatopardo y el suplemento Radar de Página/12 y la revista Ñ, del diario Clarín. Colabora regularmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y de forma esporádica con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Taz de Alemania. Actualmente traduce del alemán el diario de filmación de Fitzcarraldo, de Werner Herzog. Publicó Sandra (novela, 2005), La abuela (crónica, 2006), Un chino en bicicleta (novela, Premio "La Otra Orilla", 2007),  Cartas a mi vecina de arriba (novela, 2009) y Ganar es de perdedores y otros cuentos de fútbol (2010).

1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Creo que la única forma de reconocer una buena traducción es comparándola con el original, y en tal caso me gustan las que están más pegadas a él, aun cuando eso signifique forzar un poco el castellano. Prefiero la literalidad, aunque más no sea como utopía.
Si no conozco el idioma original, me parece una buena traducción (aunque no creo que pueda decir fehacientemente que lo sea) aquella que pasa desapercibida, como un buen árbitro en un partido de fútbol (mal que le pese a los árbitros, y a los traductores estrella). Esto no significa que la traducción deba "acercarme" el texto, en el sentido de facilitármelo o aggiornarlo, sino que debe recrear en castellano la misma sensación de familiaridad o extrañeza que tiene el original para con los lectores de esa lengua. Suena complicado, pero sólo porque lo es. Definir una buena traducción es casi tan difícil como definir un buen libro, o escribirlo.

2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Me molesta en tanto me distraiga, que es lo que suele ocurrir cuando la variante lingüística es muy marcada. Soy tolerante cuando se la usa para reproducir el slang del original, y hasta me divierte aprender palabras (y sobre todo insultos) de otros países, pero me pone nervioso cuando siento que el traductor está abusando del procedimiento (o incluso jactándose de su vocabulario, o de la función de sinónimos de su word). Igual me molesta menos una traducción mexicana o colombiana que una española, sobre todo si es madrileña.

3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Los libros de Calvino traducidos por Aurora Bernárdez son de los que más disfruté en mi vida. Tengo como la sensación de haberlos leído en italiano.

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