miércoles, 24 de marzo de 2010

Una encuesta para escritores (I) Gandolfo

Con el objeto de darle más actualidad a este blog, comienza hoy una encuesta realizada entre escritores de todos los géneros procedentes de todas las provincias de la lengua. Vale decir, en los próximos días habrá narradores, poetas, dramaturgos y ensayistas argentinos, mexicanos, españoles, colombianos, chilenos, etc. que responderán a un breve cuestionario igual para todos los entrevistados.

El primero en responder es el argentino Elvio E. Gandolfo (1947). Es narrador, poeta, traductor, editor y periodista. Codirigió con su padre Francisco la revista el lagrimal trifurca. Trabajó en las revistas El péndulo, Diario de poesía, V de Vian y Punto y Aparte, en los semanarios Crónicas Económicas, Opinar, Jaque, La Razón, La Democracia y la revista .y en los diarios La Opinión, Clarín y La Capital. En la actualidad, trabaja en el suplemento cultural del diario El País, de Montevideo, y en la revista La mujer de mi vida. Vivió más de veinte años en Rosario; actualmente, alterna entre Montevideo y Buenos Aires.

Publicó los libros de cuentos La reina de las nieves (CEAL, 1982), Sin creer en nada (Puntosur, 1987), Dos mujeres (Alfaguara, 1992), Parece mentira (Fin de Siglo, 1993), Boomerang (Planeta, 1993), Ferrocarriles Argentinos (Alfaguara, 1994), Cuando Lidia vivía se quería morir (Perfil, 1998), Ómnibus (Interzona, 2006). Ha traducido al español a Tennessee Williams, Jack London y H. P. Lovecraft, entre otros

Encuesta 

1) ¿En qué se reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Como al mismo tiempo leo traducciones por placer y las hago como trabajo, para mi consumo interno llegué a deducir que una buena traducción es la que funciona como una constelación. El texto original funciona como una constelación tridimensional, no solo lineal, que mantiene una relación inextricablemente más compleja con la propia realidad que el mero lenguaje o lengua de origen con el de llegada (dándole una chance de trabajo decente a la crítica, para bucearla). De ese modo funciona una traducción buena: puede tener algún error de sentido, o comerse alguna línea, o cualquier cosa por el estilo. Pero suena tridimensionalmente como un conjunto o constelación parecido al original: tiene núcleos de gravedad en sitios más o menos semejantes, y tironean fuerzas del mismo tipo, grosso modo (siempre me asombra la minucia detallista para criticar una traducción literaria, o ensayística, cuando no hay campo más sometido al cambiante imperio del matiz, el más o menos, la diferencia mínima de criterio).


2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Todo el tema de “las otras especies del castellano” me suena confuso. El único castellano que a veces suena rarísimo es el peninsular o español, pero no siempre, desde luego. Hay una buena cantidad de traducciones castellanas que se entienden perfectamente, o son muy buenas. Por dar ejemplos: algunos amigos trinaron ante el uso del “vos” en la reciente traducción de El Corto Maltés que sacó Clarín, que a mí no me perturbó especialmente. A la vez, las traducciones de la colección de Piglia de la serie negra donde traducían Walsh y otros me hacían rechinar los dientes por el uso del lunfa porteño en Manhattan o California. Cuestión de gustos y sensibilidades distintas del epitelio hepático.


3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
 –Muchos y muchas. Empezando por la del Ulises de Joyce por J. Salas Subirat. La del Orlando de Virginia Woolf y el “Bartleby” de Melville por Borges. La de “Secuestrado” de Stevenson y de Preparativos de viaje de M. John Harrison por Marcelo Cohen. Las de Chandler por Goligorsky. La del Ferdydurke de Gombrowicz por el “comité argentino” de bar presidido por Virgilio Piñera. Las de Bradbury, Ballard y Lovecraft por los distintos seudónimos de Paco Porrúa. Las de Raúl Gustavo Aguirre de poesía francesa (en particular Baudelaire). Las de ciencia ficción y fantasía por Marcial Souto en las revistas El Péndulo y la colección Minotauro. Las incontables damas y caballeros que tradujeron incontables libros (muchas veces con doble apellido) en sellos como Emecé (la vieja), Fabril (la de tapas con cubiertas blancas) o la colección “Los libros del Mirasol”. Las de Simenon en las perecederas páginas de Tor, mucho más fluidas que las de Molinos muchos años después, seguramente mejor pagas. Las de “beats” por Miguel Grinberg. Seguiría horas. Y cada vez me molestaría más la designación de “su país”. ¿Por qué no las de Thomas Bernhard o Salman Rushdie o Peter Handke por Miguel Sáenz, o las de Ginsberg por el mexicano Sergio Mondragón, o las de David Foster Wallace o Michel Chabon (¡dos tipos difíciles!) por Javier Calvo. (Después de todo hablamos justamente de traducciones y no de naciones). Etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. Con una salvedad: he leído y leído y leído, y tal vez muchos de los mejores textos que leí fueron traducidos por traductores de quienes he olvidado por completo el nombre. Como también escribo, no me sumo con demasiado entusiasmo a la reivindicación extrema del nombre del traductor (salvo en el libro mismo) tampoco en mi memoria. Acá me acordé de los que me acordé simplemente porque son famosos, los conocí, son amigos, o los leí hace poco.

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