martes, 11 de agosto de 2009

Una de mercaderes


Como todo el mundo que haya estado cerca del mundo editorial sabe, Guillermo Schavelzon, luego de haber trabajado de un lado del mostrador durante al menos tres décadas, en 1998 se convirtió en agente literario. Inició su agencia en Buenos Aires y tres años después se trasladó totalmente a Barcelona, donde hoy reside. Su agencia atiende entre otros a Ernesto Sábato, Alberto Manguel, Juan José Saer, Ricardo Piglia o Manuel Puig. La siguiente entrevista, publicada en el blog Libros & Bitios, de José Antonio Millán, fue posteada el 7 de mayo del corriente año.

La foto que ilustra el posteo es de Daniel Mordzinski

"Nunca nos quedamos sentados"

–Me da la impresión de que parte de la relación de los autores con el mundo del libro ha pasado a los agentes: los editores, en muchos casos meras piezas de mecanismos empresariales, no tienen tiempo para dedicar a sus autores...
–Es verdad, los agentes hemos asumido el rol del interlocutor excepcional con el escritor, y esto tiene que ver con dos cosas: la rotación de editores de una casa a otra que se inició hace varios años en todo el mundo, que hace que la relación del autor con su agente sea la más duradera, y por otro lado, que los editores son víctimas del sistema de concentración de empresas y reducción de personal. Hoy un editor se ocupa de tantos títulos y autores al mismo tiempo, que ¿cómo podría sostener el nivel de exigencia que implica este tipo de relaciones?

–¿Cómo ve usted la posibilidad de venta de derechos de autores hispanohablantes (hablo sobre todo de los literarios) a otras lenguas? ¿Qué pasos puede dar el agente para promocionarlos?
–La posibilidad está siempre abierta, lo difícil es saber buscarla. Además de los eventos profesionales internacionales (ferias de Frankfurt, Londres, las de América), en mi agencia nos permitimos nosotros elegir el editor que queremos para cada autor, quiero decir que pensamos para cada país cuál es el editor adecuado, y a ese le ofrecemos la obra de una manera contundente: una novela (que hemos leído), que conocemos, que le presentamos con información complementaria, con sinopsis en varios idiomas, con prensa y mucha convicción. No enviamos “libros desnudos” por correo. Además sabemos en qué está trabajando cada autor, lo conocemos, de la misma manera que conocemos el catálogo y los gustos del editor al que le estamos ofreciendo. Este sistema nos da un porcentaje de éxito bastante bueno. Lo que no hacemos nunca es quedarnos sentados a esperar que algún editor nos escriba. Aunque a veces sucede.

–¿No puede ser un problema el hecho de que los editores de muchas editoriales extranjeras no dominen el español, ni existan buenos lectores de libros en español que puedan informarlos?
–El problema lo hay, en especial en Estados Unidos, donde acuden a lectores del mundo académico que no son lo mejor para comentarle una novela a un editor. Nosotros enviamos mucha información en inglés y en otros idiomas, y en algunos casos nos hemos hecho cargo de traducir un libro completo al inglés, con un traductor nativo, convencidos de que así sería más fácil vender los derechos. Además, eso de que el autor sea propietario de su traducción (lo aprendí en USA) tiene sus ventajas, en especial si se llega a ediciones de bolsillo, o al cine. Son diferentes maneras que buscamos los agentes para que nuestros representados ingresen un poco más.

–¿Existe un "efecto Bolaño" que atraiga la traducción de más autores hispanoamericanos o españoles a otras lenguas? ¿Qué opina del hecho de que sea Andrew Wylie, un agente norteamericano, quien controle sus derechos?
–Sí, existe un efecto: no es enorme, pero prestan atención a los hispanoamericanos cuando antes ni los tenían en cuenta.
De todos modos Estados Unidos sigue siendo un país que no traduce, en el último año de 120.000 títulos publicados solo 300 (sí, trescientos) fueron traducciones, considerando todos los idiomas y todos los géneros. Solo Inglaterra está peor, cada vez más ignorantes, como dice Alberto Manguel cuando recorre las librerías en Londres.
En cuanto al agente, la decisión de quién representa a un autor la toma el autor o sus herederos; es bastante habitual que los herederos hagan cambios muy grandes, como si fuera parte del duelo. En este caso prefiero no dar una opinión personal. Sí quisiera recordar que cuando Andrew Wylie tomó la representación de Bolaño, los contratos de edición para Estados Unidos ya estaban firmados, por lo que el éxito arrollador de Bolaño en ese país es mérito, en primer lugar de la obra, y luego de su editor en España y su agente anterior.

–Los derechos digitales de la mayoría de los autores españoles e hispanoamericanos están en manos de sus agentes, no de sus editores. ¿Cómo ven los agentes esta cuestión?
–Yo reformularía la pregunta, los derechos digitales no están en manos de los agentes, sino de los autores. Los agentes representamos a los autores, no somos propietarios de los derechos que gestionamos. Para los agentes esta es una gran responsabilidad, el problema no es que los derechos digitales estén en manos de los editores, los editores saben cuidar una obra, el problema es cuando están en manos de Google, que –como se puede ver en los libros que ofrecen- no saben qué es un autor literario ni un libro, ni una edición, la oferta es tremenda confusa e indiscriminada, hasta el escaneado es de mala calidad. Un libro no es solo “un contenido”, es mucho más.

–El hecho de que Carmen Balcells, una agente, haya creado una joint venture para vender obras digitales para e-books, ¿puede repetirse?
–No parece que ninguna otra agencia haya optado por ese camino, para mí el negocio de los libros electrónicos solo será posible cuando se haya definido quién dominará el hardware para leerlos, los dispositivos. Esa es una lucha entre gigantes (Apple, Google, Amazon, Sony…). El que imponga su dispositivo –ellos dicen que faltan dos o tres años- será nuestro principal comprador de derechos, mientras toda editorial digital doméstica, aunque tecnológicamente es posible, solo sirve para generar un intermediario más. Crear editoriales electrónicas no me parece un proyecto con futuro, aunque tiene mucho glamour. Los problemas más urgentes que deberá enfrentar el libro son otros, como la reducción de las páginas de cultura de los diarios o su transformación en secciones que llaman “tendencias”, o la desaparición de suplementos literarios, que siguen siendo los principales prescriptores para el buen lector.

–¿Cómo ha resultado la experiencia de la joven ADAL (Asociación de Agencias Literarias)?
–Muy buena, habiendo en España más de 20 agencias, nos encontramos con que no teníamos un foro conjunto de reflexión, y eso es ADAL. Estamos muy contentos, surgen muchas cosas nuevas, además de obtener beneficios concretos en servicios y asesoramiento legal y fiscal, que es muy beneficioso para los autores que representamos. Es todo beneficio común, vivimos en una época muy especial, donde en forma individual las cosas se hacen muy complejas. Comenzando por la necesidad de comprensión del nuevo mundo del negocio del libro, de la lectura y la edición, que no es tan sencillo como unas décadas atrás.

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