domingo, 9 de agosto de 2009

“Todos somos académicos de la lengua”


En su número 1, de marzo de este año, Entreculturas publicó un breve ensayo de Miguel Sáenz, cuya lectura se recomienda especialmente.

La foto que ilustra este posteo es de Arshes Anasal.

Traducción y cultura en el ámbito literario

[Tal vez debiera cambiar el título de esta intervención por el de "Traducción y culturas en el ámbito literario", porque voy a hablar, por una parte, de casos en que no sólo hay dos culturas unidas por el puente de la traducción, sino tres o más y, por otra, de la confusión actual de culturas y sus repercusiones en la traducción.]
En estos últimos años ha estado muy de moda hablar de colonialismo y poscolonialismo en este campo. Sobre el tema han escrito, brillantemente, personalidades como Homi Bhaba o Gayatri Chakravorty Spivak, Haroldo de Campos y muchos otros, que, desde distintos ángulos (posmodernismo, posfeminismo, postestructuralismo, toda la serie de post-), han subrayado que la traducción es una de las hija naturales de los procesos de colonización y descolonización, y que su práctica está necesariamente condicionada por los desequilibrios de poder entre las culturas. "La traducción –han dicho Bassnett y Lefevere–, como toda (re)escritura, nunca es inocente" (1).
Sin embargo, no es mi intención de añadir páginas a una ya copiosa (y valiosa) bibliografía, sino más bien hablar del colonialismo lingüístico, es decir, de la colonización de un idioma por otro y sus consecuencias para la traducción, y también, aunque no esté nada de moda, sobre la responsabilidad moral del traductor.
[Yo no soy un teórico, sino un practicante de la traducción literaria, y las distintas teorías que han sucedido en los estudios sobre la traducción me recuerdan lo que Walter Benjamín decía sobre la traducción de textos literarios. Para Benjamin, cada nueva versión iluminaba un aspecto diferente y complementaba el texto original, de forma que éste acababa por convertirse en una simple versión más de un texto idealizado. Una obra literaria, en la historia de la Literatura, no era esa obra aislada, sino esa obra más sus traducciones a los distintos idiomas. Algo parecido, creo, está ocurriendo con las teorías sobre la traducción basadas en la fidelidad, la equivalencia funcional, la manipulación, el skopos, el canibalismo, los instersticios, la reescritura, la condición de subalterno, el "género", etc. Todas ellas son válidas, todas son parciales y todas juntas van conformando algo que, sin embargo, no tenemos todavía: una teoría plenamente satisfactoria de la traducción. A menos que, con Klaus Reichert, consideremos que no hay métodos de traducir ni teorías. "Toda teoría puede refutarse con otra; todo método sirve sólo para el ejemplo con que se trata de demostrar" (2).]
Habría que recordar algunos hechos básicos y reconocidos sobre el colonialismo. Y tengo que decir, antes que nada, que soy hijo de colonialistas. Nací en Marruecos, viví veinte años en África [Tetuán, Tánger, Ifni, Sáhara] y, en mi infancia y juventud, el colonialismo –cierto tipo de colonialismo– fue mi medio ambiente natural. Debo reconocer, sin embargo, que en mi casa sólo aprendí el respeto y el cariño por la población colonizada o, como se decía eufemísticamente, "protegida". Tuve que leer luego a Frantz Fanon, traducir muchos documentos del Comité de los Veinticuatro para las Naciones Unidas, vivir, trabajando para esa Organización, todo el proceso del surgimiento ( hundimiento) del mito del Tercer Mundo y el Nuevo Orden Económico Mundial, y presenciar luego, ya de lejos, los horrores del poscolonialismo... para empezar a reflexionar. Antes creía sinceramente que sólo había dos tipos de colonialismo: el que pudiéramos llamar latino (español, francés o portugués), basado en una mezcla del colonizador con la población colonizada de la que surgían poblaciones mestizas y nuevas culturas (un colonialismo "bueno"), y el colonialismo sajón (básicamente inglés), racista, despreciativo y opresor: el colonialismo "malo". No hace falta decir que esa simplificación no resistía el más mínimo análisis.
Con el tiempo he aprendido que no hay colonialismo bueno, por paternalista que sea. Frantz Fanon lo explicó bien en Peau noire, masques blancs (3): el simple hecho de hablar en petit-nègre a un nativo era ya un insulto, con independencia de la intención y del hecho probable de que ese nativo fuera incapaz de hablar un francés correcto. Leyendo a Fanon, yo recordaba con vergüenza que, en mi casa, el tuteo al marroquí era automático. Y nada importaba que él, a su vez, te tuteara. Aunque autores como Alfred W. Crosby me hayan ayudado luego a situar hasta cierto punto el colonialismo en una especie de marco de determinismo ecológico, mi sentimiento de culpabilidad no ha desaparecido nunca (4).
Antonio de Nebrija, como es sabido, escribió en 1492 que "siempre la lengua fue compañera del imperio" (5). La palabra "imperio" no tenía entonces las connotaciones negativas que hoy tiene, pero la frase refleja muy bien la conciencia que tuvieron los conquistadores españoles de la importancia del idioma. Por eso, su primera aproximación a las lenguas indígenas consistía en traducir a ellas el Evangelio (la Biblia estaba ya mal vista por la Iglesia), porque la evangelización era la justificación moral de la conquista... y de la explotación posterior. Y los traductores, los intérpretes de los primeros conquistadores (los llamados "lenguas"), fueron considerados por los pueblos aborígenes como traidores: su misión era infundirles otra cultura, traicionando la suya propia. La Malinche podía ser, según Bernal Díaz del Castillo, Doña Marina, "una muy excelente mujer" (6), pero para los aztecas no era más que una traidora.
No pretendo, sin embargo, remontarme tan lejos. Aunque creo que si la Historia, con mayúscula, puede considerarse como una sucesión de imperios, la historia de la cultura, con perdón de Samuel P. Huntington, podría considerarse muy bien como una sucesión de colonizaciones... y de traducciones. Se ha dicho muchas veces que la colonia misma no era más que una traducción, una copia de la metrópoli en otro lugar del mapa. Lo que me interesa recordar ahora es un hecho actual, sobradamente conocido: que la literatura inglesa más interesante es hoy la escrita por indios de la India, la francesa la escrita por magrebíes y la alemana la escrita por turcos. Es el fenómeno que Salman Rushdie, analista de ese procesos en el contexto británico, denominó, con frase que se ha hecho célebre, El Imperio contraataca ("The Empire Strikes Back". La venganza literaria de las antiguas colonias (7).
El caso inglés es especialmente notable. El propio Rushdie hizo en 1997, para conmemorar los cincuenta años de la independencia de la India, una antología de literatura de ese país (8), que, como toda antología, fue muy criticada y por muy distintas razones. De los 33 escritores recogidos, 23 no vivían ya en la India, y un par de ellos eran pakistaníes. Por si fuera poco, se trataba de autores que escribían en inglés y no en las lenguas vernáculas de la India (sólo había una traducción del urdu, de Saadat Hasan Manto, un escritor ya difunto), y faltaban autores indios significativos... Sin embargo, lo que nadie se atrevió a discutir fue la calidad de los textos recogidos, aunque se pusiera en duda la afirmación de Rushdie que se trataba de una prosa más importante que todo lo que se había escrito en esos cincuenta años en los 16 idiomas de la India. [Rushdie, no obstante, aunque sea un provocador nato, no tiene nada de chovinista. Precisamente en uno de sus ensayos, ("In Defense of the Novel, Yet Again"(9) ), se enfrenta con George Steiner, que, en una conferencia pronunciada ante la Asociación de Editores Británicos consideraba "axiomático" que las grandes novelas procedían ahora de la más lejana periferia, y que la novela europea, como género, estaba acabada.]
Salman Rushdie tiene un sentido agudo de la importancia de la traducción y, en su novela Shame (Vergüenza, en español), el narrador pronuncia una frase más de una vez citada: "Yo también yo soy un hombre traducido. He sido llevado a través. Por lo general se cree que siempre se pierde algo en la traducción; yo me aferro a la idea –y aduzco, para probarla, el éxito de Fitzgerald-Khayyam– de que también puede ganarse algo"(10). En una conferencia pronunciada en la Universidad de Turín en 1999, sobre las influencias literarias ("Influence" (11) ), hablaba de cómo le impresionó el hechode que Rabindranath Tagore, el Nobel bengalí, hubiera tenido una influencia mucho mayor en América Latina, gracias a su editora argentina, Victoria Ocampo –y a sus traductores Zenobia Camprubí y el también premio Nobel Juan Ramón Jiménez, hubiera debido decir –, que en la propia India.
Sin embargo, lo que interesa ahora es que los escritores indios antes citados y otros que podrían citarse, es decir, los escritores del poscolonialismo, eran y son, como ha hecho notar G.J.V. Prasad, traductores al inglés (a un inglés no británico) de parcelas de la cultura india (12). Prasad subraya que las elecciones que tienen que hacer son las mismas de un traductor y, citando a Meenakshi Mukherjee, dice que "la traducción literal no es siempre la respuesta, porque [el escritor] tiene que asegurarse de que los modismos o imágenes traducidos no vayan contra el genio del inglés" (13). [También Maria Tymoczko está de acuerdo: la tarea de un traductor interlingual tiene mucho en común con la del escritor poscolonial, pero mientras que aquél tiene un texto, éste tiene el metatexto de su propia cultura (14)].
Esa forma de escribir de muchos escritores indios poscoloniales les ha granjeado críticas, especialmente a Rushdie, de quien se ha dicho que su uso de expresiones en urdu añade color a sus textos, pero no es un verdadero creador bilingüe; es decir, casi los mismos reproches que Spivak hacía a Rudyard Kipling, el escritor imperialista por excelencia, al decir que utilizaba, incorrectamente, palabras y expresiones indostánicas para dar sabor local a sus textos (15). Rushdie, sin embargo, tiene otra versión: "Nacido en un idioma, el urdu, he hecho mi vida y mi obra en otro. Todo el que haya atravesado una frontera lingüística comprenderá fácilmente que ese viaje implica una especie de cambio de forma o autotraducción. El cambio de idioma nos cambia" (16).
Esos escritores poscoloniales son, en realidad, traductores de una cultura a otra. Más aún, utilizan estrategias para hacer que sus textos parezcan traducidos. Lo mismo que los antiguos traductores coloniales británicos, tratan de presentar la cultura india como "exótica"... a unos lectores de habla inglesa que no pertenecen a esa cultura. Como ha dicho Samia Mehrez en el contexto francófono, los escritores poscoloniales crean una especie de lenguaje "intermedio" y, en consecuencia, ocupan un espacio también intermedio (17). Por ello se explica que a veces, paradójicamente, los escritores indios que escriben en inglés no funcionen bien al ser traducidos a lenguas de la India.
Todo lo cual quiere decir, en definitiva, que el traductor a un idioma europeo de esos autores está en realidad "retraduciendo", y se enfrenta con un doble problema: no sólo tiene que traducir una cultura británica a la cultura de su propio idioma, sino también una cultura india adaptada ("orientalizada", diría Edward Said) a un público británico. Y los riesgos de sufrir un descalabro son grandes.
Algo muy parecido ocurre con la literatura francesa escrita por magrebíes educados en esa cultura. No tengo en ese campo una experiencia directa, pero sí los iluminadores comentarios de Malika Embarek. De padre marroquí, madre española y educación francesa, esta traductora, que se califica a sí misma de "mestiza cultural y racial" (18), está en condiciones ideales para realizar su trabajo, pero la sutileza con que lo hace es notable.
Malika Embarek, al traducir a escritores magrebíes de expresión francesa (Tahar Ben Jelloun, Mohamed Chukri, El Maleh), hace algo que me parece admirable: resucitar viejos arabismos españoles para traducir palabras árabes que a veces aparecen en los textos de esos escritores. Una frase suya me parece todo un programa de trabajo: "Conservadora propuesta para este milenio: consultemos el tesoro de nuestra lengua, antes de sucumbir
perezosamente al encanto de los términos foráneos"(19). Para Malika Embarek, el traductor español se encuentra en una posición privilegiada al traducir a los autores magrebíes: al resucitar arcaísmos árabes, consigue un doble propósito: "extranjerizar" el texto (en el sentido de Lawrence Venuti) y, al mismo tiempo, domesticarlo y castellanizarlo para el lector de hoy, recordándole términos castizos olvidados.
Por último está el caso de los turcos (y no sólo turcos) que escriben en alemán, y de su figura más destacada: Emine Sevgi Özdamar. Resulta muy significativo que, a principios de 2002, el Canciller alemán Gerhard Schröeder invitara a tres escritores a hacer una lectura pública en el "Sky-Lobby" de la Cancillería Federal: Günter Grass, Christa Wolf y Özdamar, como representantes de las actuales literaturas alemanas en sentido estricto: la ex occidental y ex oriental, y la literatura escrita por inmigrantes.
No se trata en este caso de una literatura poscolonialista, sino de una literatura de la emigración. Turcos, italianos, checos, sirios, portugueses, búlgaros, yugoslavos, japoneses, españoles (el magnífico poeta José F.A. Oliver, andaluz de la Selva Negra)... están hoy colonizando el idioma alemán, al obligarlo a decir cosas que ningún alemán diría. Son autores que escriben directamente en ese idioma, pero, lo quieran o no, están también traduciendo su cultura. Muchos de ellos han recibido el premio Adelbert von Chamisso, creado precisamente para escritores en alemán que no tiene el alemán como lengua materna.
Yo he traducido al español a Özdamar, lo que ha sido un placer infinito, y he podido suplir en parte mi ignorancia del turco y la cultura otomana gracias a la disponibilidad de la autora para responder a mis preguntas. Sin embargo, hay en sus obras todo un mundo de imágenes y metáforas que he tenido que ir asimilando lentamente. Mi consuelo es que el lector de habla española, en principio, tampoco dispone de ese bagaje cultural y, por lo tanto, mi recepción como traductor es tan ingenua como la suya. Sin embargo, hay un problema secundario: en ocasiones, el alemán de Özdamar es "incorrecto". Y ella se ha negado siempre a que se corrigieran sus errores, porque esos errores, decía, eran precisamente ella.
Hay una obra de Emine Sevgi Özdamar de especial interés para el tema de que aquí se trata. Es el relato "La lengua de mi madre" (Mutterzunge), incluido en el libro del mismo nombre. En él, la autora, que siempre ha escrito en alemán, aunque llegó a Alemania a los catorce años para trabajar como obrera y fue luego actriz en el Berliner Ensemble, bajo la dirección de los discípulos de Brecht, se pregunta cuándo perdió la lengua de su madre. "Ahora sólo recuerdo frases de mi madre que ella dijo en su lengua de madre, pero, cuando me imagino su voz, las frases me vienen a los oídos como un idioma extranjero bien aprendido" (20). Me parece imposible ejemplificar mejor el extrañamiento del emigrante.
También en la traducción de esos textos, aunque escritos directamente en alemán, hay una traducción previa de su autor. Y, para el traductor posterior a otro idioma, manejar tres culturas (incluida la suya) no es fácil. Su voz se convierte más claramente que nunca en esa "terceira voz" de que ha hablado Joâo Barrento (21). Pienso de paso que la instintiva desconfianza que todos sentimos hacia las traducciones hechas a través de una lengua intermedia se justifican, no sólo porque, como puede comprobarse con frecuencia, el nuevo traductor asume y aumenta los errores del traductor intermediario, añadiendo los propios, sino porque, sencillamente, cuando la traducción no es directa hay otra cultura que se interpone, otra cultura que a veces no conoce en absoluto el traductor final.
Quisiera señalar que hoy asistimos a un fenómeno global, alarmante, y globalmente alarmante, que es el de la mal llamada "globalización" (anglicismo ya imparable). En el campo cultural hay que preguntarse: globalización ¿de qué? ¿Vamos realmente hacia una cultura universal? Goethe habló de la "literatura mundial", pero él se refería al conocimiento mutuo, precisamente a través de la traducción, de una multitud de literaturas nacionales, es decir, a una coexistencia activa de literaturas coetáneas(22).
En cualquier caso, es evidente que, actualmente, el idioma colonizador es el inglés. Y también que ello no se debe tanto a la herencia del vasto imperio británico como al inmenso poderío económico de los Estados Unidos. La colonización cultural estadounidense (entendiendo "cultura" en un sentido muy amplio) es la mayor que ha existido jamás. McDonald's o Coca-Cola son sólo símbolos, y las formas de penetración cultural (el cine, la televisión o los comics (23), por ejemplo, empezando por la propia palabra comics) son innumerables, pero Internet es la verdadera fuerza invasora, mucho más poderosa que las mortíferas armas del Imperio.
La cosa sería relativamente sencilla para el traductor si todas las culturas, todas las lenguas, sufrieran esa influencia por igual, es decir, si todas lenguas estuvieran igualmente contaminadas por el inglés. [Por poner un ejemplo reciente, aunque no importante. En la última novela de Günter Grass, A paso de cangrejo, aparece, ya en la segunda página, la palabra story, totalmente incorporada hoy al alemán (véanse las Simple Storys de Ingo Schulze). En la novela de Grass designa el tema de un reportaje que el narrador protagonista tiene que escribir, pero, aunque se justifique en alemán por su uso en el lenguaje periodístico, se trata de un anglicismo perfectamente innecesario en español y todavía no introducido. Yo hubiera podido utilizar esa palabra, que hubiera sido perfectamente comprensible para el lector español. Pero ¿por qué importar un término inútil?] Sin embargo, ningún país, ninguna nación quiere perder su propia lengua, ninguno quiere que se corrompa irremediablemente. ¿Qué hacer? También en el caso español la situación está cambiando. En otros tiempos la Real Academia Española (y el conjunto de las academias latinoamericanas) era normativa y clara. En los últimos años parece dispuesta a aceptarlo casi todo. Es cierto que, como dijo Américo Castro, "todo idioma tiene suficiente vitalidad para asimilar o expulsar elementos extraños, y cuando esto no ocurre, es que está a punto de dejar de existir..." (24). Los idiomas fuertes –lo dijo también Goethe– se tragan lo extranjero y lo digieren. Ése es el caso del inglés, que nunca se plantea problemas de asimilación. Álex Grijelmo lo ha expresado más coloquialmente: "El idioma sabe defenderse solo. Sólo necesita tiempo y que le dejen tranquilo"(25). Los franceses, sin embargo, no piensan lo mismo, y la razón no es tanto quizá el conservadurismo de la Académie française, sino el sincero amor del francés a su propia lengua. Son los franceses los que con más firmeza se oponen a la invasión lingüística estadounidense.
El ciudadano español, en contra de lo que a veces se dice, tiene también un profundo cariño a su idioma, aunque le falte la cultura del francés. No obstante, tradicionalmente ha necesitado, como el francés, una autoridad que fijara la norma... aunque sólo fuera para saber contra qué norma tenía que rebelarse. Como decía Lázaro Carreter, "no cabe... optar por decisiones tajantes, pues casi nada es tajante y neto en la vida de un idioma" (26).
Yo creo sinceramente que en España incumbe al traductor, como a cualquier otro escritor, una función importante y difícil. Por un lado, debe conservar la limpieza del idioma, por otro tener conciencia siempre de que también en materia lingüística la soberanía reside en el pueblo. El traductor debe vivir en el mundo real y no puede descargar su responsabilidad sobre la Real Academia Española. Hoy, todos somos académicos de la Lengua. Y el traductor español tiene que enfrentarse al el reto que supone un mundo "globalizado" (valga la redundancia) en el que el inglés es rey. Su responsabilidad es grande, porque el traductor es, debe ser, no sólo un puente entre culturas sino también un defensor de las fronteras de la cultura española.

NOTAS
1 Susan Bassnett, y André Lefevere (eds.): Translation, History and Culture, Pinter, Londres 1990, pág. 11.
2 Klaus Reichert: Die unendliche Aufgabe, Cal Hanser, Munich 2003, pág. 298.
3 Frantz Fanon: Peau noire, masques blancs, Éditions du Seuil, París 1952, pág. 25.
4 Alfred W. Crosby: Ecological Imperialism (The Biological Expansion of Europe, 900-1900), Cambridge University Press, Cambridge 1986.
5 Antonio de Nebrija: Gramática de la lengua castellana (edición crítica de Antonio Quilis). Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid 1992, prólogo.
6 Bernal Díaz del Castillo: Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva España, Alianza Editorial, Madrid 1989, pág. 87.
7 Sobre el reflejo del hallazgo de Rushdie en la crítica literaria y, especialmente, en The Empire Writes Back, de Wlliam Ashcroft, Gareth Griffiths y Helen Tiffin (eds.), (Routledge, Londres y Nueva York, 1989), así como el concepto de "contraescritura" en general, véase María José Vega: Imperios de papel (Introducción a la crítica postcolonial), Crítica, Barcelona 2003, págs. 235 y sigts.
8 Salman Rushdie: Mirrorwork: 50 Years of Indian Writing: 1947-1997, Henry Holt, Londres 1998.
9 Íd.: Step Across This Line (Collected Nonfiction 1992-2002), Random House, Nueva York 2002, págs. 49 y sigts. (Traducción española de Miguel Sáenz: Pásate de la raya, Plaza & Janés, Barcelona
2003).
10 "I, too, am a translated man. I have been borne across. It is generally believed that something is always lost in translation; I cling to the notion - and use, in evidence, the success of Fitzgerald-Khayyam - that something can also be gained." (Salman Rushdie: Shame, Jonathan Cape, Londres 1983, pág. 29; traducción española de Miguel Sáenz: Vergüenza, Alfaguara, Madrid 1985).
11 Op.cit., págs. 62 y sigts.
12 G.J.V. Prasad: "Writing translation (The strange case of the Indian English novel", en Susan Bassnett y Harish Trivedi (eds.): Postcolonial Translation (Theory and Practice), Routledge, Londres y Nueva York, 1999, págs. 41 y sigts.
13 Meenakshi Mukherjee: The Twice Born Fiction (Heinemann, Nueva Delhi, 1971), págs. 173 y 174.
14 Maria Tymoczko: "Post-colonial writing and literary translation", en Bassnett y Trivedi (eds.): op.cit. en la nota 12, pág. 21.
15 Gayatri Chakravorty Spivak: A Critique of Postcolonial Reason (Toward a History of the Vanishing Present), Harvard University Press, Harvard (Mass.) y Londres, 1999, pág. 162.
16 Salman Rushdie: Op.cit. en la nota 9, págs. 373 y 374.
17 Samia Mehrez: "Translation and the post-colonial experience: the francophone North African
text", en Lawrence Venuti (ed.): Rethinking Translation: Discurse Subjectivity Ideology, Routledge, Londres 1992, pág. 121
18 Malika Embarek: "Traducirse a sí mismo", en Miguel Hernando de Larramendi y Juan Pablo Arias (eds.): Traducción, emigración y culturas, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca 1999, págs. 205 y sigts.
19 Malika Embarek: "Mis arabismos preferidos: alheña", Instituto Cervantes: El Trujamán, 17 de mayo de 2000 [http://cvc.cervantes.es].
20 "Ich erinnere mich jetzt an Muttersätze, die sie in ihrer Mutterzunge gesagt hat, nur dann, wenn ich ihre Stimme mir vorstelle, die Sätze selbst kamen in meine Ohren wie eine von mir gut gelernte Fremdsprache."
(Emine Sevgi Ösdamar: Mutterzunge, Rotbuch, Berlín 1990, pág. 7; traducción española de Miguel Sáenz: La lengua de mi madre, Alfaguara, Madrid, 1996).
21 Joâo Barrento: O poço de Babel (Para uma poética da traducâo literária), Relógio d'Agua, Lisboa, 2002, págs. 106 y sigts.
22 Véase Fritz Strich: Goethe und die Weltliteratur, Francke, Berna 1946.
23 Véase Ariel Dorfman y Armand Marttelart: Para leer al Dato Donald, Ediciones Universitarias, Valparaíso 1971.
24 Américo Castro; "Los galicismos", Lengua, enseñanza y literatura, Madrid 1924, pág. 107. Citado
por Manuel Seco: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (10ª ed.), Espasa, Madrid, 1998, pág. XX.
25 Álex Grijelmo: Defensa apasionada del idioma español, Taurus, Madrid 1998, pág. 132.
26 Fernando Lázaro Carreter: El dardo en la palabra, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1997, pág. 25.

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