lunes, 3 de agosto de 2009

El pisco, ¿es peruano o chileno?


No fueron pocos los traductores que, no sin cierta indignación ante la notica de los dichos de Bryce Echenique, le hicieron llegar mediante mails al administrador de este blog sus opiniones. No obstante, Juan Gabriel López Guix fue más allá y envió un texto, que, según su explicación, "fue escrito hace un tiempo como ejercicio de estilo, sin que fuera mi intención publicarlo". Y agrega: "Sin embargo, me ha parecido que podía ser un oportuno complemento a la entrada del blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, «Clasificación de los traductores», aparecida el 2 de agosto del 2009.

La foto que ilustra este posteo es de Arshes Anasal.

Más allá de Pierre Menard

A José María Puig de la Bellacasa

En un breve ensayo publicado en 1939, Borges relató la revolucionaria técnica con la que Pierre Menard enriqueció el arte de la lectura, la «técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas». Según se nos cuenta, el poeta francés Pierre Menard acometió la empresa —que la muerte truncó en sus inicios— de traducir el Quijote al castellano. Borges mencionaba como una de las fuentes de inspiración de la obra «interminablemente heroica» de Menard, un fragmento de Novalis, que según el escritor argentino esbozaba «el tema de la total identificación con un autor». La frase, que no se citaba explícitamente, es la siguiente:

"Demuestro que he comprendido a un autor sólo si soy capaz de actuar en su espíritu; si puedo traducirlo y transformarlo de muchas maneras sin disminuir su individualidad." (1)

La idea postulada por Novalis es una traducción en la que el texto resultante no entre en contradicción con el espíritu del autor y en la que éste conserve su especificidad. En realidad, no se trata propiamente de una identificación total, sino de una identificación espiritual; sin embargo, Borges logra colar con un característico pase de manos la oportuna cita de autoridad y al mismo tiempo nos muestra las riquezas que nacen de una lectura sesgada.

El 5 de marzo del 2006, el diario El Comercio de Lima publicó bajo la firma de un conocido escritor latinoamericano un artículo de análisis internacional titulado «La decadencia del imperio americano» y que comenzaba del siguiente modo:

"Es sorprendente constatar cómo ha cambiado el panorama global. Estados Unidos, sea cual sea su grado de popularidad, ha sido capaz de fijar la agenda internacional, controlar el rumbo de la política exterior global y utilizar sus numerosos métodos y recursos de poder para imponer su voluntad al resto del mundo a lo largo de los últimos cinco años. Por grande que haya sido el fracaso norteamericano en Iraq o incluso en Afganistán, no se ha alzado obstáculo alguno de importancia en el camino emprendido por Estados Unidos en su ejercicio unilateral del poder." (2)

Tras este inicio sin especiales características formales, casi podría decirse que anodino, se escondía en realidad el heroico intento de superar a Pierre Menard. Unos meses antes, el 7 de diciembre del 2005, el periódico La Vanguardia de Barcelona había publicado otro artículo firmado por Graham E. Fuller, antiguo vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA, y titulado «El declive del poder estadounidense»:

"Es sorprendente constatar cómo ha cambiado el panorama global. Estados Unidos, sea cual sea su grado de popularidad, ha sido capaz de fijar la agenda internacional, controlar el rumbo de la política exterior global y utilizar sus numerosos métodos y recursos de poder para imponer su voluntad al resto del mundo a lo largo de los últimos cinco años. Por grande que haya sido el fracaso norteamericano en Iraq o incluso en Afganistán, no se ha alzado obstáculo alguno de importancia en el camino emprendido por Estados Unidos en su ejercicio unilateral del poder." (3)

Quizá no sea necesario aquí presentar los textos en toda su extensión, y estas dos citas servirán para examinar someramente las implicaciones de la empresa. La impronta de Menard es evidente. En una época que prima la originalidad y la autoexpresión a ultranza, el escritor peruano busca la novedad mediante el procedimiento de la identificación total y recurre a la imitación creativa que permite alcanzar lo distinto desde lo mismo. Es cierto que un examen atento revela minúsculas diferencias léxicas. Algunas de ellas, debidas quizá a las exigencias de los libros de estilos periodísticos. Otras, ocasionadas sin duda por la proverbial exuberancia latinoamericana, que alargan en 22 palabras el conciso texto de La Vanguardia. Y, otras por último, más sutiles, pero no menos trascendentales.

Ante todo, es patente el desplazamiento en la categoría del texto seleccionado. Pierre Menard eligió una obra cumbre de la literatura universal, por más que en su opinión no la juzgara «inevitable». El escritor peruano, acorde con una época en que asume el mensaje de la modernidad más radical —a saber, que vivimos en una tierra baldía, entre cascotes de ídolos del pasado derribados por nosotros mismos—, elige un mero artículo periodístico, lo más opuesto quizá por su fugacidad diaria a esa eternidad a la que aspiraban las grandes obras del pasado. Nos encontramos, pues, ante una desjerarquización textual absoluta y ante una poderosa crítica a cualquier pensamiento canónico. El primer Menard compuso un fragmentario Quijote; el segundo, un minúsculo artículo incidental de un antiguo jerarca de la CIA.

El cambio de género con respecto al texto elegido por Menard tiene también otra consecuencia de importancia. La opción por el discurso ensayístico como ámbito de la probatura y el abandono de lo narrativo supone un esfuerzo deliberado por ampliar los límites iniciales del proyecto menardiano. Constituye una afirmación rotunda de que todo lenguaje es lenguaje literario. Podría incluso decirse que nos encontramos de lleno en una filosofía que asume plenamente los postulados del «giro lingüístico».

Por otro lado, el escritor limeño minimiza la vertiente anacrónica, tan patente en el proyecto de Menard. En realidad, al reducir la diacronía, sustituye el salto temporal por un salto espacial con lo que postula como básico el cambio de contexto tout court. Este cambio es enfatizado por las minúsculas pero decisivas modificaciones en el título. Imaginamos el desgarro con que el autor peruano renunció a la forma original en tres palabras del título tras llegar a ellas al cabo de mil ensayos, pero en última instancia venció la voluntad de recontextualización. En el escenario latinoamericano, cargado de resonancias revolucionarias, es evidente que «la decadencia» resulta mucho más adecuada que «el declive». La sustitución de «estadounidense» por «americano» como adjetivo de «imperio» (que a su vez sustituye a «poder») al dotar al sintagma de una mayor fuerza e incrementa la clara crítica a unas políticas juzgadas históricamente en exceso avasalladoras. Es visible aquí la huella moderna del discurso altermundista, periférico.

Ahora bien, donde quizá resida en mayor grado aún la novedosa radicalidad del escritor limeño es en lo implicado por el movimiento entre las lenguas en juego. Pierre Menard, poeta simbolista francés, ensayó en castellano una traducción que le permitió llegar a Cervantes sin dejar de ser Pierre Menard. Nuestro escritor peruano, no sólo logra convertirse en sagaz crítico de la política estadounidense recurriendo —sin dejar de ser limeño— a las palabras exactas de un analista de la CIA, con todas las implicaciones políticas e ideológicas de la empresa, sino que lo hace a través de su traductor del inglés al castellano, el barcelonés José María Puig de la Bellacasa. Donde Pierre Menard aspira a un original a través de un original, Alfredo Bryce aspira un original a través de su traducción.

Técnicamente, la elección de un texto traducido aumenta sobremanera la dificultad de la hazaña, pues si grandes son las posibilidades de variación formal o psicológica en el caso la transformación a partir del trato directo con un autor en su lengua original, no cabe duda de que éstas se multiplican de forma exponencial cuando el traslado tiene como objetivo volver a la autoría desde la «traduautoría» en otra lengua. La tarea pone de manifiesto una voluntad titánica y no cabe imaginar en un escritor mayor demostración de maestría literaria, penetración psicológica y compromiso ideológico con las fuerzas progresistas de su época.

1-Fragmento filológico 2005 de la edición de Dresde tomado, en traducción de Wolfgang A. Luchting, del artículo del peruano crítico y poeta Julio Ortega «El arte de la lectura: Encuentros con Borges». Disponible en el sitio solodeliteratura.com.

2-Disponible en la hemeroteca digital de El Comercio, edición del 5 de marzo del 2006.


3-Disponible en la hemeroteca digital de La Vanguardia, edición del 7 de diciembre del 2005.

1 comentario:

  1. es una verdadera pena que las opiniones no sean vertidas en comentarios en este sitio para que todos sus seguidores podamos estar al tanto de los diferentes puntos de vista. creo que además, se establecería un diálogo enriquecedor, sin excepción, que no está lejos de los fines de los creadores del club y del administrador del blog.

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