jueves, 4 de junio de 2009

Seis fragmentos sobre la traducción



Los fragmentos que se transcriben a continuación corresponden a dos trabajos del poeta y traductor argentino Gerardo Gambolini. Algunos forman parte de la ponencia “Translating John McGahern”, leída en el II Seminario Internacional John McGahern –que tuvo lugar en Carrick-on-Shannon, Irlanda, 2008– y los otros al artículo que el autor firma en Problemas de la traducción (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2005).


1-Difícilmente haya un traductor que no escuchara alguna vez aquello de traduttore, traditore, descargado contra su persona como una broma, como una crítica o simplemente como la frase hueca que es. Al menos en lo que respecta a la traducción literaria, es innegable que el traductor siempre comete una cierta traición. En realidad, quizás no sea una traición muy distinta de la que puede cometer el lector, y, muchas veces, el autor mismo. [...]
***
2-El proceso que va del pensamiento a la expresión ocurre en un pasillo bastante oscuro. El mero hecho de abrir la boca es una forma de traducción. Y todos podemos distorsionar lo que interpretamos de la mente propia o ajena. En general, las palabras no reflejan claramente el pensamiento. Y el pensamiento en sí pocas veces es claro. Tanto para el escritor como para el traductor, le mot juste es más a menudo una aspiración que un logro concreto. [...]
***
3-La bibliografía académica y erudita sobre el tema no es menos vasta que impráctica. Cuando apunta, como suele ocurrir, a demostrar la imposibilidad ontológica de la traducción (o, para el caso, del lenguaje o la comunicación entre humanos), no descubre nada nuevo. Pero el simple mortal que vive en Occidente agradece que alguien se haya tomado el trabajo de presentarle en su lengua los poemas de Li Po, Las Mil y Una Noches o aún las Sagradas Escrituras. Nada permite traducir fácilmente al castellano —y quizás tampoco al inglés— un título como The Importance of Being Earnest, pero es una suerte poder leer la obra en español si uno no está “condenado a hablar la lengua de Shakespeare”. James Joyce y el James Joyce de Salas Subirat no son el mismo escritor, sin duda, pero tienen un aire de familia.
***
4-Pensemos en un músico de jazz que toca un standard: resaltará este o aquel matiz; agregará, omitirá, arreglará o adaptará algunas notas. De manera muy parecida a la de ese músico, el traductor hará su elección de palabras y formas para representar el discurso del autor en otro código. Para Baudelaire, los quaint and curious libros de viejas tradiciones de “El Cuervo” de Poe eran précieux et curieux; para Mallarmé eran curieux et bizarre. La traducción implica necesariamente una reescritura. La nueva molécula subordinada que emerge de ese proceso sintetiza forzosamente dos estéticas. Ese es el desafío y el riesgo. [...] Como muchos traductores, creo que establecer cualquier norma en torno de la cuestión resulta inútil y poco garantizado. La única estrategia adecuada que se me ocurre es tratar de establecer una cierta empatía con el autor elegido — y también, a veces, confiar y cruzar los dedos.
***
5-Con frecuencia, la traducción entraña dejar de ser un lector meramente técnico encargado de transmitir un significado específico para tratar de ser una especie de puente más amplio. Esto es porque, casi como una regla, el significado no está sólo en el texto escrito sino en toda una cultura detrás del texto en sí, en diferentes maneras de leer y describir realidades y abstracciones. De algún modo, la traducción debería ser entonces un proceso de conexión en busca de equivalencias sin una simbiosis artificial, sin una impostura en la voz. Pero la traducción en sí misma es también una ficción, una representación: requiere en cierto modo una cualidad histriónica, y la suspensión de la incredulidad, exigida por cualquier ficción, también debe funcionar en la lengua de destino. Contra este ideal, mares de palabras y expresiones basadas en tradiciones, hábitos y costumbres desconocidos, historias, lugares, nombres, cientos de matices. Muchas veces, desde esta latitud, un océano real entre medio.
***
6-La herramienta por excelencia del traductor es el diccionario. Pero, como todo el mundo sabe, las palabras y expresiones suelen ser engañosas en la aparente simpleza de sus definiciones. Supongo que en todos los idiomas los ecos tienden a ser más importantes que las palabras en sí, pero están ausentes en los diccionarios. No estoy lamentando eso. De hecho, eso es parte de la riqueza de cada lengua. Un árbol, o una planta, el nombre de un pájaro o una calle, un equipo de fútbol o una marca de cigarrillos: la forma en que nos conectamos con las palabras, los olores, los recuerdos, las imágenes que implican — todas esas cosas difícilmente son traducibles. Los diccionarios le imponen al traductor una suerte procedimiento zen: conocerlos para ignorarlos. Los traductores podemos traducir los aspectos lingüísticos, pero no necesariamente las interacciones. Tal vez los lectores, como los últimos eslabones de la cadena, puedan restaurar parte del cuadro a través de su propia sensibilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario